Capítulo 21: "Cambio de papeles"

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La doctora se encaminó hacia Esposito, quien había hecho una mueca cuando le comunicó que el café contenía cianuro.

–¡Vaya! Beckett y Castle se van a llevar una alegría después de que nos dijesen los de la científica que no había nada raro.

Lanie se rió y se aproximó todavía más a su pareja.

–Puff... ¡Los de la científica! —dijo.

El policía esbozó una sonrisa divertida y desplazó sus manos hasta el trasero de Parish, quien dio un brinco.


*****


Golpeó repetidamente el teléfono, esperando que alguien cogiese el teléfono.

Entre dientes se quejó de aquello, sólo hasta que una voz soltó un "¿Diga?" tras la otra línea.

–¿Sr.Allen? —inquirió Beckett.

–Oh, ¡no! —gritó aquel. Kate se preguntó si estaría airado –¿Qué demonios quiere ahora? Ya han hecho las pruebas. ¡He perdido mucho accediendo a sus estúpidos caprichos! —«Sí que lo está» pensó la inspectora.

–Sólo necesito preguntarle algo... —Ella se volvió instintivamente, sabiendo sin ninguna razón que su marido la necesitaba o estaba llamando su atención. Castle señaló hacia el pasillo del ascensor, por donde aparecía una mujer enjuta, de rostro ceniciento y apagado, la hermana. Anna Paid –¿El Sr.Paid tenía un carácter distinto las últimas veces que lo vio?

Hubo un silencio por la otra línea que enseguida se vio destrozado por una respuesta.

–Bueno, Paid siempre fue un hombre callado y no muy sociable. Yo siempre le ofrecía mis cafés, pero nunca lo aceptó, hasta el día que murió.

–¿Por qué cree que hizo eso?

–No sé. Se le veía cansado.

El ceño de la inspectora se frunció.

–De acuerdo. Gracias.

Colgó y se marchó a la sala donde solían charlar con los familiares de las víctimas.

A medida que se acercaba a la sala, los golpes en el suelo con sus tacones le producían una especie de satisfacción que no lograba definir ni encontrar la fuente.

–Gracias por venir, señorita Paid —dijo, mientras cabeceaba en forma de saludo. Castle, por su parte, se sentó a su lado.

–No... No es nada —repuso la mujer, timorata.

Los tres se sentaron en los asientos dispuestos en la sala.

Beckett cruzó las piernas y entrelazó sus dedos.

–Bueno, señorita Paid, lo primero de todo, siento su pérdida —Le comunicó el escritor.

Hubo un brillo en los ojos cerúleos de la mujer. Su mano apartó un mechón rubio que caía sobre su cara, con desgana y una confusa tristeza. Era una mujer menuda, de una belleza británica, con una mirada taciturna. No apartó su vista del suelo hasta que escuchó la pregunta que la inspectora le hacía:

–Disculpe, Srta.Paid, ¿vio recientemente a su hermano?

La mujer elevó la vista y la depositó sobre los ojos de la inspectora. En esos ojos extraños, con tonos verdes y castaños. Le pareció curioso su color.

–Dalton y yo discutimos... Y yo le dije que su trabajo era muy peligroso... Que debía dejarlo. Era muy bueno e inteligente, podría haberse dedicado a lo que quisiera.

Por todas aquellas historias que vivimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora