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¿Mehmed?

María, una de las concubinas del harem imperial sostenía entre sus brazos al recién nacido.

Hürrem Sultan confíaba mucho en ella, ambas venían de la misma tierra, Crimea. Habían pasado su infancia juntas y para su desgracia se encontraron en el mismo lugar, Estambul.

— Así lo nombró el sultán.— suspiró cansada — Recién me lo han entregado en mis brazos y puedo verlo de cerca.

María se compadeció de la pelirroja.

La amiga de Hürrem aborrecía el palacio Topkapi con todas sus fuerzas y no era para menos, los tártaros habían matado cruelmente a sus padres ya mayores. Su hermano menor, había salvado la vida de ella, pero no la de él quién había sido reclutado a la fuerza para unirse a los jenízaros.

— Detesto a esa mujer.— susurró con odio refiriéndose a la madre del sultán — ¿Qué clase de imperio es quién priva a la madre de su hijo?

Hürrem asintió con disgusto.

— Sólo sé que debo proteger a mi hijo de las garras de Mahidevran.

— ¿Te refieres a esa ley absurda, no?

La sultana se levantó de su cama y acunó entre sus brazos a Mehmed, su primogénito.

— La vida de Mehmed corre peligro, María.— susurró con miedo — Lo consideran una amenaza para Mustafa porque mi hijo es varón y puede arrebatarle el trono.

— ¿No has pensado en escapar, Alex?

Hürrem rió amargamente.

— ¿Crees que no lo intenté?

— Eres muy impulsiva, debo suponer que sí.

— Lo intenté muchas veces y debo decirte que aquí no hay escapatoria, te matarán con sólo descubrirte.

María suspiró con resignación.

Observó al bebé de Hürrem y sonrió con ternura. Tocó sus pequeñas mejillas bajo la atenta mirada de la pelirroja quién igualmente sonreía junto a ella.

— Es adorable, Alex.

La mujer era la única que aún la llamaba con su antiguo nombre. De alguna forma, era gratificante para ella recordar los momentos más felices de su vida.

— Te prometí que no hablaría de este tema, pero no puedo evitar decirlo al ver los ojos de este pequeño, me recuerdan mucho a tu prometido fallecido.

Hürrem depositó a su hijo con mucho cuidado en los brazos de María. Cuándo se aseguró que estaba bien, se dirigió a la ventana de sus aposentos y observó la nieve caer en el patio del palacio.

Al instante, su vista se perdió entre la nieve y los recuerdos de Leo.

Había pasado aproximadamente un año intentando guardar los recuerdos de él en su corazón y seguir con el rumbo que se le había preparado a su vida. Suleiman ayudaba mucho en eso, Hürrem aún no lo amaba pero agradecía que él la protegiera de las malas vibras y deseos de la familia real.

— Tranquila, María.— La sultana se abrazó a sí misma— También me he dado cuenta de eso.

— Quizás es la única forma en la que Leo seguirá en tu vida.— la mujer dejó al recién nacido en su cuna y se dirigió hacia Hürrem — Él te amaba con su vida, estoy segura que cumplió aquella promesa.

— Sé a cuál te refieres.

María abrazó a Hürrem con tristeza, entendía su dolor perfectamente y la acompañaba en ello.

Las puertas fueron tocadas y se separaron rápidamente, Hürrem corrió a su cama y fingió sentir cansancio por el parto. Esa era la única manera en que María podía permanecer junto a ella, con la excusa de cuidar al recién nacido.

— La señorita Hürrem y el príncipe Mehmed son solicitados a la presencia de su majestad, el sultán Suleiman.

— Estaré ahí junto a mi hijo, Afife.

La señora asintió seriamente y se retiró.

Tal y cómo prometió a la dama encargada del harem imperial otomano, entregó a su pequeño hijo en los brazos del sultán. La madre sultana se encontraba al lado de Suleiman admirando a su nieto con ilusión. Aprovechando el momento, Hafsa Sultan colocó una pulsera de diamantes rojos cómo regalo a Hürrem y pidió a Allah por la fertilidad de la pelirroja.

Aquello extrañó a Hürrem sabiendo que la madre del sultán no estaba muy familiarizada con su presencia.

La sultana Mahidevran se presentó ante ellos y con el permiso del sultán cargó a Mehmed. Lo acunó entre sus brazos y enganchó entre su ropa un amuleto para la protección del pequeño. Junto a ella, el príncipe Mustafa observó a su hermano levantado y le regaló un casto beso en su frente.

— Allah conceda al hijo del sultán la fuerza de nuestro antepasado sultán "Medmed, el conquistador". — La madre de Mustafa entregó  al pequeño en brazos del sultán.

— Amén.

Hürrem quién observaba todo, sonrió complacida por la actitud de la mujer. No quería llevar rivalidad con Mahidevran porque le parecía absurdo, pero con el nacimiento de Mehmed entendía algunas cosas con respecto a ella.

El príncipe Mustafa al ver a la pelirroja distraída llamó su atención con sus pequeñas manos y la saludó amablemente.

Ella correspondió su saludo por lo bajo, sabía que la madre del niño no deseaba verla junto a él.

— ¡Hatice!— Suleiman saludó a su hermana y la invitó a pasar junto a ellos — Te presento a la sultana Hürrem y a mi hijo Mehmed, de quién tanto te hablaba.

Hatice Sultan, era una mujer muy bella y elegante ante los ojos de la pelirroja. Se encontraba casada con un paşa muy distinguido entre todos los funcionarios de la corte.

Parecía feliz, aparentemente.

Hürrem hizo una reverencia y la mujer asintió con amabilidad. La hermana del sultán pidió permiso a Hürrem y a Suleiman para cargar al hijo del sultán bajo la atenta mirada de Hafsa, quién la observaba con un gesto de desaprobación.

— Se parece mucho a Hürrem.— Hatice sonrió con alegría a la favorita del sultán — Es un niño muy bello, mi sultán.

Suleiman asintió con emoción.

— lo importante es que el niño está sano.— respondió con disgusto Hafsa.

— Eso sí madre.— Suleiman respondió— Pero Hatice tiene razón, Mehmed se parece a Hürrem y eso me enorgullece.

— Me conformo con que esté sano, majestad. — Hürrem respondió incómoda.

Para ser de las primeras veces que conocía a la madre de Suleiman, comprendió que la mujer no estaba de su lado sino del de Mahidevran. Quizás se debía a que había llegado más pronto que la madre de Mustafa, quién había llegado hace seis años atrás.

Con el tiempo, las amenazas de Hafsa se hicieron más frecuentes por recibir la atención que Suleiman jamás había otorgado a una favorita y menos a una sultana.

La madre del sultán recordaba cada vez que podía el lugar de donde Hürrem venía y aunque eso no la avergonzaba, prefería mantenerse callada para no tener emociones fuertes en su segundo embarazo que aún ocultaba del sultán.

— ¡Hürrem, estás sangrando!— María advirtió con temor.

— ¿Qué?

La pelirroja observó su vestido manchado de sangre y se asustó al pensar lo peor. Mandó a llamar a las doctoras en secreto y pagó una fuerte cantidad de monedas de oro para que no hablaran nada en ese momento.

María la sostuvo entre sus brazos antes de desmayarse del dolor a causa de las noticias de las doctoras.

— Sólo nos queda rezar a Allah por la pronta recuperación del bebé en camino y de la sultana, María Hatun.

𝙴𝚖𝚙𝚛𝚎𝚜𝚜𝚒ň 𝚐𝚎ç𝚖𝚒ş𝚒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora