La semana está resultando demasiado tediosa. Se acerca el fin de semana y decido hacer algo que me ayude a romper con la rutina.
Conforme voy preguntando a mis conocidos si les apetece hacer algo, se van reduciendo las opciones. Ya que, precisamente, el tiempo no me sobra, no quiero dedicar mucho tiempo a decidirme y a mirar opciones, por tanto, lo primero que valore como viable será la actividad que decida realizar el fin de semana.
Hace tiempo que no me voy de excursión, quizás puedo aprovechar el abono recurrente de la Renfe y pasear por algún parque natural que aún no conozca. Antes de barajar opciones y pasarme un par de horas mirando Google Maps, Wikiloc y el resto de complementos de una excursión, me decido por esa opción. Así lo hago: me levanto pronto el sábado y me planto en la estación de tren decidido a ir hasta la última estación del primer tren que pase.
Casi a la par, llegan dos trenes en direcciones contrarias. Uno de ellos va a Manresa, lugar donde no he estado nunca y que se encuentra cerca de un tramo del Llobregat. Por estas razones, el cuerpo me pide que suba a ese antes que el que llega por la otra vía. Bajo al andén de la vía 2 y pongo rumbo a Manresa.
Las primeras paradas se me hacen algo monótonas, pero hacía tiempo que esta ruta me había pasado por la cabeza, así que me hace cierta ilusión y como no llevo mucho tiempo en el tren, todavía no me aburro. El tramo central del recorrido acaba siendo el menos memorable, aún así me deja ciertas imágenes que recordar. Por alguna razón hay una gran multitud de equipos de críquet jugando a los pies de una chimenea industrial de una población del Vallés; alguno de los edificios que hay en ese parque desafían a las leyes de la física, la lógica y la construcción. Por último, guardo un buen recuerdo del último tramo, ya que al acercarse al final del recorrido siempre me sube la moral y, además, en este caso, aparece Montserrat como telón de fondo en un paisaje que hace imposible dejar de mirar a través de la ventana.
Es primera hora de la mañana, el tren no va muy lleno y al salir del túnel, los rayos prácticamente horizontales de esa hora del día entran de lleno en el vagón donde me encuentro. No hay mucha gente, calculo que seremos unos 10 pasajeros. Tal y como se ha producido el recorrido el azar ya querido que al menos 7 de esos viajeros nos encontremos sentados en la ventana contraria a la que ofrece las mejores vistas. No es problema observarlas desde nuestra posición, en mi caso, solo con girar levemente el cuello ya puedo observar ese lado de la montaña cómodamente, aún así, casi al mismo tiempo, hasta 4 de los viajeros cambian de asiento y dejan sus caras a escasos centímetros de la ventana.
Me sabe mal no llevar la cámara en esos momentos. Tampoco sé si tendría la confianza suficiente, pero ese fondo, esa luz y esas posiciones que han adoptado los pasajeros, hipnotizados ante ese espectáculo de la naturaleza, son cosas dignas de retratar. Para ser un tren de cercanías, se respira una paz y una tranquilidad que me gustaría sentir con mayor frecuencia.
Las paradas, una vez sales de la gran ciudad, tienen unas duraciones y longitudes algo arbitrarias, pero no importa. La imagen que conservo en la memoria me hace llevadero el viaje. Llego a Manresa. No sé cuánto he tardado exactamente, tampoco sé cuánto tardaré en llegar al final del recorrido a pie, porqué no sé cuál es ese recorrido. Hoy se trata de disfrutar del viaje sin depender del reloj. Ya he tenido suficiente dependencia.
Primer objetivo: salir de la estación. Empiezo a andar, sigo el recorrido del río hasta encontrar un puente. Las vistas son preciosas. Me detengo a hacer fotografías con el móvil y decido seguir los carteles turísticos hasta decidir por donde me acerco al río.
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El pescador
ContoSalgo de excursión y me paro a observar el paciente ritual de un pescador.