Capítulo 1. ¿Speed date?

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Nieves entró en el bar donde estaba programada la speed date. Era la primera vez que acudía a un evento así, y no tenía ni expectativas ni ganas. Una amiga había insistido en que fuera, porque conocía a quien las organizaba y era una empresa seria.

A sus treinta y un años y con un pasado sentimental bastante complicado, ella no quería saber nada de tíos, pero después de que su amiga la había llamado cuatro veces esa misma tarde, decidió ceder y acudir al local.

Así que allí estaba. Se visitó y maquilló sin exagerar. Reconocía que no era un bombón llamativo, pero no tenía desperdicio, como le decía su amiga. No llegaba al metro setenta, y ciertamente no estaba delgada, pero tampoco gorda. Tenía unos expresivos ojos castaños y llevaba la melena hasta mitad de espalda, castaña y ondulada. Ella siempre se quejaba de que quizá tenía demasiado pecho, aunque su amiga decía que eso encantaba a los hombres.

El lugar de encuentro era bastante elegante y ella empezó a sentirse fuera de lugar. Llevaba una falda vaquera ajustada y una camisa de color negro, con amplio escote. No había ido a la peluquería ni llevaba tacones de aguja como lo hacían un par de mujeres que habían llegado. Creía que las speed dates eran para conocer gente, no para buscar sexo o relaciones de una sola noche. Le apetecía encontrar a alguien interesante, con quien conversar y compartir sus cosas, y no precisamente alguien para un aquí te pillo y aquí te mato.

Se acercó a la barra. Como solía pasarle, llegaba pronto a los sitios y no había mucha gente todavía. El camarero le guiñó un ojo.

—Hola, ¿qué te apetecería tomar? Tienes todo a tu disposición —el chico se inclinó hacia delante acompañando su ofrecimiento.

—Um, gracias... ponme un vino blanco —iba a pedir una caña de cerveza, pero eso le parecía más elegante.

—¿Quieres dulce o seco, o quizá algo afrutado?

—Bien, ponme afrutado. Perdona, ¿cuándo empieza esto de las citas?

—Oh, vienes por eso. En quince o veinte minutos. Has llegado muy pronto. Ni siquiera han venido los organizadores. Pero ¿cómo es que siendo tan guapa te has apuntado a una cita rápida?

—Mira, solo estoy probando y no me gusta que me juzguen... —Nieves comenzó a levantarse molesta para ir a una mesa y perder de vista al camarero.

—Perdona, yo no quería juzgarte, me parece de maravilla. —El joven levantó las manos excusándose—. Solo que pienso que eres preciosa y que deberías tener un ejército de tíos a tus pies. Además de que tu voz es muy sensual.

—Ya ves que no hay fila detrás de mí —Nieves se giró hacia su espalda—, así que voy a ver qué pasa.

—Si no te gusta ninguno de los que se te presenten, yo estoy libre. Me llamo Alec.

—Encantada, Alec, pero suelo salir con tíos como mínimo de mi edad...

—Yo tengo veintiséis, que será más o menos lo que tú tengas.

—Desde luego, eres todo un ligón. Pero yo tengo unos cuantos más que tú. ¿Me pones la copa?

El camarero se retiró sin darse por vencido y le puso la copa y un pequeño cuenco de frutos secos, y después de guiñarle el ojo, se fue a atender a dos mujeres que acababan de entrar en el bar. Ellas se sentaron a su lado y el camarero, que las debía conocer, les puso dos cañas.

Nieves escuchó sin querer la conversación tan animada que llevaban. El tal Alec también estaba coqueteando con ellas, ¡cómo no!

—¿Y ahora a quién encontramos? Felicia se va a disgustar si no le presentamos a una chica ya mismo —hablaba la mujer más cercana a Nieves, de unos cuarenta y muchos años a otra jovencita que no tenía más de veinticinco.

—Mira, Débora, creo que si ponemos un anuncio podemos encontrar a alguien.

—Vero, le prometimos a Felicia que íbamos a encontrar una persona de confianza para el trabajo. Contábamos con tu amiga, pero mañana mismo necesita cubrir el puesto de Michelle. ¡Jolines!

—Hola, perdonad que os interrumpa... —Nieves se acercó tímidamente a ellas— Os he escuchado, creo que buscáis a alguien y yo necesito trabajo... si no es algo ilegal, claro.

—Vero, ¡mira qué voz tiene esta chica!

—Sí, podría ser perfecta. Y, por cierto, no es ilegal. Todo legal y con contrato de trabajo. ¿Nos puedes contar tu experiencia laboral?

—Yo he trabajado como teleoperadora muchos años, atendiendo a personas, sin vender, en realidad escuchando sus problemas. —las dos chicas se miraron y sonrieron—, aunque lo que me gustaría es ser escritora. No tengo carrera, pero estudié un grado superior de administración.

—Oh, es perfecto. ¿Tienes disponibilidad inmediata, de noches?

—Sí. ¿Me podríais explicar en qué consiste el trabajo?

Ambas se miraron y volvieron a sonreír.

—Mira, tiene que ver con sexo, pero no como tú supones. No somos prostitutas. Trabajamos en un teléfono erótico. Yo estudio magisterio —informó la más joven—, y ella es un ama de casa que se dedica a esto a ratos, porque cuida de su casa y de su familia. Y se gana dinero de verdad. Hay un fijo, más una parte variable según las llamadas y su duración. Con una jornada de unas seis horas, puedes salir entre mil doscientos y mil quinientos al mes. Eso sí, nada de quedar con clientes y tal, eso está prohibido. Te despiden por ello. ¿Qué te parece? ¿Quieres probar?

—Bueno, no se ve mal, pero yo no sé cómo se hace...

—Ah, tranquila, no es difícil. Mira, cuando yo entré sólo me había acostado con mi marido —rio Débora—, y ahora, nuestra vida sexual es mucho mejor. A él le excita que yo trabaje allí y que le cuente... bueno, ya sabes. Y tú como seguramente te habrás acostado con algún hombre, ya conocerás de qué va el tema. De todas formas, tenemos plantillas y textos para ayudar las primeras veces. Luego te sale de forma natural, ya verás.

—No me importaría probar... —Nieves estaba calculando si esto podía encajar en su vida actual.

—Nosotras entramos ahora, ¿te vienes y te presentamos a la jefa? —la animó Vero.

—Sí, no me lo pienso—. Las mujeres se prepararon para marcharse.

—Ey, guapa, ¿qué hay de tu cita? —le avisó el camarero.

—Mi cita es con un nuevo trabajo, Alec, mucho más importante que cualquier tío.

—Bueno, de todas formas, si trabajas en Felicia, te veré por aquí. Las chicas siempre vienen a tomar café.

—Alec, no seas tan ligón, que la chica es nueva —dijo Débora guiñándole un ojo—. Y tengo la impresión de que se va a quedar.

—Genial, pronto nos vemos, ojos bonitos —sonrió Alec.

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