Capítulo 3. Hay un chico nuevo en la oficina

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—¿En serio? ¿un hombre?

Felicia asintió a las tres mujeres que le miraban con ojos expectantes. Eran con las que tenía más confianza y, aun así, no les dijo que era policía.

—Sí, tenemos cada vez más mujeres que llaman y vamos a dar ese servicio. Cuento con vosotras para ayudarle. Seguramente no tenga experiencia en llamadas eróticas, aunque espero que sí la tenga en relaciones con mujeres.

—Será divertido —saltó Débora— ¿Es guapo?

—No lo conozco, pero me lo han recomendado. Viene enseguida. Así que pronto lo veréis. En principio vendrá por la noche así que Nieves, quiero decir, Michelle, tendrás que enseñarle tú.

—Vaya —contestó ella fastidiada. No tenía ningún problema en enseñar a las nuevas chicas, que eran muchas, porque era un trabajo con mucha rotación, pero ¿un hombre? La verdad que le daba un poco de vergüenza. Seguía sin tener una relación estable.... Y no se sentía cómoda cara a cara con ningún tío, a pesar de ser la más solicitada en las «llamadas calientes» que recibían a diario.

—Lo sé, Michelle, pero tú enséñale todo y le comentas el tema de los roles, de cómo coger la llamada, ya sabes...

—Felicia, no tenemos roles de tío —dijo Vero.

—Ahora sí; los escribí ayer. Tenemos un policía, un bombero, un deportista, y alguno más... cada uno con su historia —Felicia le puso una clasificadora con diferentes roles, hasta diez. Lo cierto que era experta en imaginar personajes y diálogos excitantes.

—Deberías dedicarte a escribir historias eróticas, reina —le dijo Débora—, algunas escenas te las podría dictar también Michelle, me pone caliente incluso a mí.

—Calla, tonta, y márchate ya, o tu marido se enfadará si llegas tarde a la cena de vuestro aniversario.

—Yo me voy también que tengo un examen mañana. Ya nos contarás luego por mensaje qué tal el nuevo compañero. No te olvides o te estaré enviando mensajes hasta las cinco de la mañana.

—Ay que sí, pesada. Marchaos ya.

—Yo me quedo hasta que llegue. Se llama Salvador Sevilla. Es de fiar, así que os dejaré solos.

Michelle, o Nieves, como su madre la conocía, se fue a preparar la oficina. El local estaba en un bajo y era relativamente grande, más de cien metros. Felicia había colocado diferentes habitáculos de unos ocho o diez metros, con paredes de oficina transparentes en el frontal. Se notaba que ya tenían unos añitos, porque el plástico de la pared ya estaba algo rayado. Algunas chicas se colgaban posters de tíos para inspirarse, pero ella tenía fotografías de paisajes llenos de flores que suplían la falta de ventanas. La inspiración la tenía dentro de ella. Cada habitáculo tenía una mesa y una silla, incluso el de las empleadas fijas, que era más grande, tenía un sillón más cómodo, aún no sabía para qué. Además, Felicia les había montado una sala común con nevera y microondas, cafetera y un hervidor para el té. La jefa era severa y no permitía ciertas cosas, pero las cuidaba bien y el sueldo era decente. Y lo que era más importante, estaban contratadas de forma legal.

Después de tres años trabajando allí, todavía no le había dicho a su familia a qué se dedicaba. Su padre se habría escandalizado y su hermana perfecta la miraría con pena, como pensando a qué se había rebajado. Cuando en realidad, y con excepción de algún tarado, el trabajo era agradable y te acostumbrabas a ello. Fingir era algo que había aprendido muy bien desde jovencita, con lo que no era nada raro. Era curioso que una mujer como ella, que tenía tanto éxito con los tíos por teléfono, fuera incapaz de mantener una relación estable, ni siquiera de echar un polvo. Porque después de aquella relación de la que no quería ni acordarse, tenía verdadero asco a que un tío la penetrara.

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