Capítulo 7. La verdad

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Salvador aparcó la moto en una calle lateral, no justo donde vivía Michelle. Quería evitar cualquier problema si eran seguidos.

—Vamos, vamos —apresuró el joven.

Ella abrió con manos temblorosas el portal y entraron casi pegados. A la derecha estaba el ascensor de su escalera. Subieron al octavo piso donde ella vivía. Ella volvió a abrir el piso y se plantó.

—No entrarás a menos de que me digas la verdad.

—Está bien, soy policía. Mira la placa.

—Esta placa puede ser falsa.

—Llama al 091 y pide que te digan quien es el propietario de esta placa.

—No hace falta. Está bien. Ahora vamos a hablar en serio. —Michelle decidió confiar en el hombre que le miraba con ojos preocupados.

—Michelle. Lo primero que necesito que me digas es lo que te ha dicho exactamente el tipo y como era. Porque de verdad creo que puedes estar en peligro.

Michelle se dirigió hacia la salita y se quitó la cazadora. El piso apenas tenía cincuenta metros y constaba de un dormitorio y una salita que hacía las veces de comedor y cocina, pues en una de las paredes tenía lo básico. La otra habitación era un baño con una mínima ducha. Se sentaron, Salva en el sillón, Michelle en la mesa de centro de madera. Ella le relató toda la conversación lo mejor posible, incluyendo cada detalle e incluso la inflexión de la voz. En eso ella era experta.

—Bien, Michelle, y ahora dime cómo era. Físicamente, me refiero.

—Era un tipo de unos cincuenta años, con la cabeza afeitada y moreno de tez. Tenía los ojos oscuros, pero no sabría decirte. Era un poco más bajo que yo, muy compacto. Se le veía fuerte. Y llevaba un perrito, un cachorro. Vestía una cazadora marrón claro y unos vaqueros. Es todo lo que recuerdo.

—¿Te fijaste si tenía una peca grande en la barbilla?

—Ahora que lo dices, si...

—Joder... déjame hacer una llamada y ahora te lo explico todo.

Salva se metió sin pedir permiso en el dormitorio y allí Michelle le escuchó hablar en susurros. Unos susurros muy rápidos y furiosos. Ella se puso una copa de vino blanco y abrió una latita de olivas. Seguramente esto duraría un buen rato.

Allí la encontró Salva cuando salió de su dormitorio. Ella le sirvió una copa de vino sin decirle nada.

—Michelle, Nieves. Te voy a contar una historia confidencial. No se lo puedes contar a nadie.

El policía tomó un sorbo de vino y comenzó a contar una historia estremecedora.

—Hace unos doce años, yo era un policía novato que acababa de salir de la academia con muchas ideas de heroicidades, del poder del bien sobre el mal, y con una novia. Aunque no era lo más adecuado, Aida y yo nos gustamos y empezamos a salir. Mantuvimos en secreto nuestra relación. Ya imaginarás que no era nada bueno para ninguno de los dos. De hecho, no suelen poner buena cara a las relaciones entre compañeros, aunque existen. La casualidad hizo que fuéramos destinados a la misma comisaría de policía, aunque no éramos compañeros de patrulla. Todo parecía ir bien... hasta que un día detuve a tu tipo muy desagradable, Emiliano, que trapicheaba con droga por el centro de Zaragoza. La droga la traía de Galicia en cajas de patatas. Por ciertos temas legales, lo soltaron a la calle al mes. El tipo me tomó ojeriza y comenzó a seguirme. Por supuesto que entonces no lo supe, pero descubrió mi relación con Aida...

Salva tomó otro trago de vino para retomar fuerzas. Ahora venía lo más desagradable, intuyó Michelle.

—Por lo que pude averiguar nos siguió durante tres meses, vigilando nuestros horarios, nuestras casas... incluso a la familia. Lo tenía todo bien apuntado; cuando lo detuvimos descubrimos un detallado listado de todo. El tipo es vengativo y muy persistente. Quería vengarse de mi por haberle chafado su negocio. La noche que volvimos a detenerle, Aída tuvo un terrible accidente con el coche. Cayó al río y no encontramos su cadáver. De alguna forma sé que él fue el causante, pero no pudo tener mejor coartada: estaba en comisaría justo en ese momento. Tras un juicio rápido pasó unos días en libertad. Pero al final otros compañeros que siguieron mi investigación lo detuvieron por tráfico de estupefacientes. Yo busqué durante meses en el río; hubo un gran revuelo no sé si lo recuerdas... pero sin éxito. Probablemente su cuerpo se enredaría en algún banco de algas o en el fango... no sé. Nunca lo supe.

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