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{ Comienzo }

La cuidad era un completo caos, gritos desgarradores, el sonido de las armas retumbando las casas. Los llantos de los niños al ver que sus padres los abandonaban sin tener más remedio. CRUEL estaba llevándose a todos los niños apuntandos en una lista, una lista que siempre realizaban cada mes. Nunca se habían llevado antes a niños, simplemente iban a sus casas y les sacaban sangre. Pero vieron que aquello ya no tenía ningún sentido.

Y todo estaba empeorando.

_______ cogía la mano de su hermano con fuerza, mientras su madre se despedía de ellos cuando unos guardias de CRUEL se los llevaron. Su hermano Stephen apretaba su mano, preocupado por si se perdía. Aunque él solo fuera más mayor que ella por un año, se preocupaba como si él fuera mucho más mayor. Aunque a ella no le importaba tampoco, lo agradecía.

Los dos guardias de CRUEL los tomaron a ambos del brazo para irse de allí, mientras escuchaban como los demás niños se resistían a hacerlo. La morena frunció el ceño ante los gritos de dos niños que se negaron a separarse de su padre, pero al final terminaron haciéndolo.

No pudo ver nada más, ya que el hombre la empujó hacia el interior de una de las furgonetas, y seguido de aquello, su hermano se quejó cuando también lo empujaron a él. El hombre emitió un pequeño sonido indicando que se había reído por la caída del castaño contra el suelo de la furgoneta y Stephen lo miró mal.

— Serás... —se levantó para acercarse a él, pero el guardia lo ignoró y cerró la puerta cuando todos los niños se metieron en aquel vehículo.

— Esto... no puede estar pasando, no puede estar pasando —un niño de piel morena empezó a decir mientras una mujer les ponía unas cadenas para que no escaparan—, porque si está pasando esto de verdad, yo me mato. Me mato.

— Niño, ya vale —masculló la mujer, y algunos niños miraron al moreno.

Un hombre entró de repente a la furgoneta. Todos lo miraron confundidos. Hasta que este se acercó a donde estaba _____ y Stephen. Sacó unas dos pulseras metálicas para después agarrar de manera brusca el brazo de la castaña.

— ¡Hey! ¡No la toques! —exclamó Stephen, pero no pudo hacer nada, ya que la mujer ya le había puesto las cadenas.

El hombre lo ignoró olímpicamente y le puso aquella pulsera o brazalete en la muñeca. Ella no dijo nada, así que el hombre se giró a ver al castaño, agarrando también su brazo para ponerle otro brazalete igual. Soltó un sonoro quejido cuando el hombre le apretó el brazalete aposta. Lo miró de mala manera, hasta que el hombre sonrió y se levantó.

Se acercó a los niños que ellos tenían en frente, y se acercó directamente a un niño rubio, quien frunció el ceño al verlo arrodillarse tal como había hecho con los dos niños segundos antes. Sacó otro brazalete, agarrando de manera brusca su brazo, apartando la manga de su desgastada camiseta para ponerle aquel brazalete.

Se volvió a levantar y uno de los hombres que estaban fuera le pasó una lista con todos los nombres de aquellos niños. Querían asegurarse de que no se habían equivocado de niños.

— ¿Eres Stephen? —preguntó aquel hombre, señalando al castaño, quien se rehusaba a contestar. El pelinegro se hartó y se acercó de nuevo, tirando aquella lista al suelo para agarrar el mentón del niño con fuerza—. ¿Eres Stephen o no? No tenemos toda la noche, niño. Si no lo eres, tengo que quitarte el brazalete, así que contéstame.

— Si.

El pelinegro apartó su mano del mentón del niño, volviendo a agarrar la lista, ignorando las miradas de todos los niños asustados que ahora lo miraban fijamente. Miró la lista antes de hablar.

Never stop running Donde viven las historias. Descúbrelo ahora