CAPÍTULO 5

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A Aemond lo invadió el incesante deseo de arrojarse por la borda al ver a los dragones en el cielo.

Sus hermanos, incluida Rhaenyra y su familia, tomaron a sus respectivos dragones y volaron en cuanto el barco zarpó.

Los Dioses lo odiaban, esa era la única explicación que el niño podía atribuirle a su desgracia. Hasta sus sobrinos bastardos tenían dragones ¿Por qué él no?

-Laena Velaryon no fue jinete hasta los quince, hijo -Viserys apareció a su lado tomándolo desprevenido - y ya sabes a que dragón montó. No te afliges, Aemond.

-Falta demasiado para que tenga quince.

-Un año.

-Padre, tengo trece, Helaena es la que tiene catorce.

-Oh hijo mio, cuanto lo lamento ¿Podrías disculpar a tu anciano padre? -Aemond no respondió, no porque no quisiera perdonar a su padre por tan simple equivocación sino porque realmente no creía que alguna vez fuese a tener un dragón como todos - Estoy haciendo un gran esfuerzo para convencer a tu madre para que acepte el huevo de Rhaenyra.

-¿De qué huevo hablas?

Viserys le explicó la oferta de su hermana mayor y Aemond se preguntó por qué nadie le había dicho. Estuvo encantado con la idea, tal vez en esta oportunidad tendría suerte y su huevo eclosionaría. También se sintió decepcionado de su madre por no decirle, no creyó que la rivalidad que tenía con la princesa fuese a cegar sus decisiones, ella más que nadie sabía de la gran ilusión que tenía con montar un dragón como la mayoría en la familia.

Entre tantos adultos, Aemond se sintió sumamente solitario y con los únicos que entabló conversación fueron sus padres y su abuelo, Otto, quien siempre le dio mala espina por como miraba a las personas a su alrededor, como si buscara algún defecto; inclusive en sus propios parientes.

Muy temprano en la mañana se escapó del desayuno con su madre y abuelo, y se dedicó admirar el gran azul que los rodeaba.

-El mar no es tan divertido como los cielos ¿No lo cree mi príncipe?

-¿Qué puede saber un simple caballero sobre los cielos? -Sonó altanero, lo dedujo por la mirada de Sir Harwin -Lo lamento, Sir, no fue propio de mi.

-Yo no aprendí a cabalgar correctamente hasta los once, ya puede imaginarse las burlas de mis primos. Pero ahora soy yo quien se burla de ellos, soy comandante de la ciudad, se me considera el caballero más fuerte de los siete reino...

-¿A dónde pretende llegar Sir?

-No es un secreto la agonía que siente por no montar esas bestias, debe tener paciencia.

-Todos aquí me hablan de paciencia, pero nadie me ayuda a buscar una solución.

-¿Alguna vez la pidió? No es de alguien débil pedir ayuda como muchos creen -La amabilidad del caballero lo pasmó y realmente no estuvo de acuerdo con todo lo de la ayuda, si alguien percibía un gramo de debilidad lo tomarían por tonto. Driftmark se alzó al horizonte y el hombre y niño interrumpieron la charla para apreciar el castillo imponente - Faltan unas horas para llegar ¿Le parece una pequeña lucha para hacer al tiempo más ligero?

Su primera respuesta fue no, casi como un reflejo. Sir Harwin no lo tomó mal, y con una adecuada despedida se alejó de él, pero a unos cuantos metros de distancia reflexionó sobre su eterno aburrimiento.

-Espere -Ordenó y Harwin paró en seco tratando de ocultar una sonrisa - ¿Puede enseñarme el truco de la mano y el cuchillo?


El funeral de Laena Velaryon fue el primero que presenció en su vida. Aemond creyó que como ella fue una Targaryen seria incinerada por su dragón, pero no fue así.

Warrior, Mother and MaidenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora