suerte que no encendiste la luz

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Era bastante tarde cuando Melissa regresó a su dormitorio de la universidad, recién llegada de una fiesta. Los chicos de la fraternidad habían ofrecido otra velada salvaje y ella, con unas cuantas cervezas encima y el cansancio acumulado por haberse desvelado para los exámenes esa semana, no daba más de sí. Se retiró de la celebración mucho antes de lo acostumbrado y entró en su habitación arrastrando los pies.

Pensó en prender la luz por un momento pero luego desistió. Jessica, su compañera de cuarto, seguro ya debía estar durmiendo y no quería despertarla. Ella no era de las que iban a fiestas, sino todo lo contrario. Estudiaba tanto que casi no le quedaba tiempo para hacer vida social. Únicamente se relacionaba con dos amigos y su novio, un chico tímido e igual de estudioso que ella.

Melissa se tumbó en la cama tal como estaba, tapándose con las sábanas hasta la cabeza. Antes de quedarse dormida, escuchó unos ruidos extraños al lado. Se escuchaban como gemidos ahogados, provenientes de la cama de Jessica.

Al parecer esa noche había decidido traer a su novio para tener un poco de acción; y ella que pensaba que todavía no habían llegado a esa etapa de la relación.

"Pillina", pensó Melissa y enseguida se sumió en un sueño reparador.

Al día siguiente, Melissa se revolvió en su cama y se desperezó como de costumbre. Luego miró su dormitorio y liberó un grito de terror.

Jessica estaba en su cama, con un rictus de sufrimiento en el rostro y los ojos vidriosos y desencajados. Su cuerpo, o más bien su cadáver, se encontraba repleto de sangre al igual que las sábanas. Alguien la había apuñalado sin piedad. Y en la pared, con la misma sangre de la muchacha, yacía un mensaje escalofriante:

Los médicos forenses determinarían más tarde que Jessica había sido asesinada la noche anterior, justo en el momento en que Melissa entraba en el dormitorio para acostarse. Los gemidos que había escuchado no eran ocasionados por sostener relaciones con su pareja, sino gritos ahogados de dolor, pues el asesino le había tapado la boca con una de las frazadas. Y luego, lentamente, se había deleitado al torturarla justo al lado de su compañera, que dormía sin enterarse de nada.

Lo único que había salvado a Melissa de no correr con la misma suerte, había sido precisamente el hecho de no oprimir el interruptor de la luz. Saber que de haberlo hecho podría haber muerto en ese instante, no le ayudó a sobrellevar el enorme trauma que supuso dicho acontecimiento.

¿Por qué el asesino no la mató también mientras dormía? Posiblemente por morbo, le había gustado el hecho de dejar un testigo en la escena del crimen de una manera tan subrepticia.

Aquel homicidio desató una ola de terror en los dormitorios de las chicas y en todo el campus, provocando que varias muchachas se mudaran por miedo. Melissa fue una de ellas.

Nunca encontraron al asesino.

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