Cada noche sentía sus pasos rápidos y ligeros sobre mi cabeza. Yo no quería subir, me daba miedo. Me tumbaba en mi cama esperando no oírla y dormirme pronto pero no lo conseguía. Por la noche se activaba como si de un felino se tratase y a mi me causaba escalofríos pensar en lo que estaría haciendo: mirando las fotos antiguas, tocando las herramientas, probándose los disfraces que había acumulado durante años...
Escalofrío.
Empezaba a imaginar cómo sería ella: pelo rojizo, marrón o quizás negro. ¿Ojos grandes o pequeños? ¿Anciana o joven?
Escalofrío.
Sus pasos corriendo de nuevo hacían crujir la madera del desván y se metían en mi cabeza hasta que el sueño podía conmigo y me quedaba dormida a las tantas de la madrugada. Es lo malo que tiene vivir sola, no tienes a nadie que te proteja de tus miedos a parte de ti misma. Si quería acabar con la pesadilla, tenía que enfrentarme a ella; subir esos escalones decidida a matarla. Pero no podía. Pasarían años o siglos antes de superar mi miedo a los roedores.
