Prólogo

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Bruce.

¿Qué pasaría si inicio un incendio en la escuela?

¿Quién huiría?

¿Quién moriría?

¿Me importaría?

Esas y otras cosas pienso a un lado de las gradas, con un pie apoyado en la valla de metal y fumándome un cigarrillo una hora después del receso. Suelto el aire despacio.
Se supone que es la primera semana de clases, y por alguna razón ya estoy aburrido. También se supone que para este punto debo tomar una clase, pero mi cuerpo no está dispuesto a soportar a un sujeto con vida mediocre hablándome de superación personal, emprendimiento y un sinnúmero de mierda que de poco me va a servir en el momento, o en algún momento.

¿Para qué carajo?

Mientras analizo esto y el cielo algo opaco veo un pequeño torbellino salir corriendo frente a las gradas. Por mi posición no me ve, pero yo sí veo a la chica que corre en dirección al edificio, bastante apurada, con una infinidad de libros en el pecho, como si los protegiera con su vida. Pero parece que no los protege lo suficiente porque se tropieza y se va hacia adelante. Hago una mueca.
Casi escucho cómo se queja. Sin embargo, no hago nada por acercarme. La miro.
Ella se pone de pie, se limpia las rodillas que de seguro deben estar raspadas, se alisa la falda negra del uniforme, se acomoda el saco del mismo color, y se pasa las manos por el cabello que apenas le llega a los hombros. Creo que ni le llega.
Mi ceño se frunce. A pesar de haber caído feo, no se ha tomado la molestia de revisar si está bien, solo se agacha a tomar sus libros y volver a correr sin mirar a los lados para saber si alguien vio cómo cayó, o si alguien notó la tierna manera en la que se llevó el cabello detrás de la oreja. O cómo sus labios se arrugaron cuando se puso de pie, producto del dolor. Y aún así no dijo nada.
Ladeé la cabeza.

¿Quién es esa chica?

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