Tenía seis años. Ya usaba mis típicas gafas de carey rosa. Me encantaban los vestidos y me gustaba jugar con cajitas de remedios subida en lo alto de un armario viejo de madera, muy pesado, que guardaba la ropa de la estación anterior.
Tenía seis años, iba al primer grado y odiaba a mi profesora: la Miss Susana. Ella era una morena alta y delgada con personalidad de "esas que todo les apesta"...
Recuerdo que mi mamá me compraba los útiles escolares y siempre me los llevaba con un mes de tardanza al colegio. Ese año del primario no fue la excepción. Mi papá apareció luego de varias semanas por mi casa para comprar las zapatillas de las clases de educación física (que detestaba) y los libros de textos. La miss Susana pedía libros caros de editorial Santillana, que al final nunca compramos.
Ese día, en nuestro recorrido por el mercado central a fines de abril, compramos cualquier libro de matemática, cualquier libro de lectura y un cuento cualquiera que la lista requería. Me acuerdo de lo alto de mi padre, todo delgado, con bigotes espesos, cabello ondulado y olor a cigarrillo. Lo recuerdo todo grande diciéndome
-"Cuál quieres leer?. Elige uno".
Y yo vi princesas, ninfas, seres mitológicos y brujas de aquellas, metiéndose por mis ojos, ilustradas en colores y tamaños diversos, en papeles de cartulina blanco todos lindos.
Pensé... Que mejor era que él eligiera. Yo sabría que él elegiría algo que me gustaría... El lo haría!. Seríamos cómplices de elección y yo tendría algo suyo conmigo y mi imaginación.
-"Tú elige!" - dije emocionada y expectante.
Y mi papá sacó no sé de dónde. De entre tantas rumas y rumas de cuentos de cincuenta centavos, un librillo de dibujo gris con un soldado en la carátula.
Mi cara se me cayó. Lo miré pagarlo... No, eso no me gustaba!. No, tú deberías saberlo!.
El resto del camino lloré por su elección. Desde ese entonces no lo vería mas. Los días pasaron. La profesora antipática nos enseñaba a leer de mala gana. Si alguien hacía bulla en la clase de lectura, se acercaba a la carpeta y le jalaba de las orejas hasta el frente del salón para completar la humillación con la frase: -"Si no aprenden a leer serán como ellos!" . Yo nunca salí adelante, es cierto... pero la odiaba cuando hacía eso. Era muy injusto. Desde el primer día que hizo eso, tomé la determinación de que no aprendería a leer. Que no leería nada. Me revelaría contra ella. Así entonces el mutismo se haría parte de mí. No importaba cuantas veces llamaba mi profesora a mis padres, o cuantas notas pusiera ella en el cuaderno de control... yo simplemente no leía nada.
Mi mamá se esforzaba por hacerme repasar con el Coquito -libro con el que mi hermana aprendió a leer a los tres años- pero yo, nada de nada, no leía. No iba a leer!
Y mientras tanto todas las noches, después de la sopa de las ocho y de "Carrusel", mi mamá repetía:
-"M mas A, MA. MA-MA...!. A ver tu solita?"
-"mmm... MA-MO"
-"Noooo... ya, no te rías, carajo. Me voy a molestar. Tu profesora dice que tienes que aprender a leer".
-"Yaaa..."- mientras miraba al techo buscando la mosca que revoloteaba.
-"Ya, repite. Si no lo haces te pego".
Y no importaba cuántos gritos diera, cuántas lágrimas yo brotase. No leía. No leería.
Sin embargo vino ella, mi hermana, ese ser que en secreto yo admiraba. Ella me trajo un librito verde para leerme a las 5 de la tarde después de su clase del ICPNA, la historia del Romeral en donde la estrella tenía su doble y se enamorada de Antonio, el chico que quería ser famoso y encandilar al mundo con su voz. Mi mamá se aburrió con el paso de las semanas. Mi hermana para causarme intriga ya no me leía la historia. Así que la esperaba, no importaba hasta que hora fuera, con el libro en la mano y dormida en cualquier parte entre sus posters de los "Hombres G" y "Los Prisioneros".
Hasta que ella por fin un día me dijo:
-"El final lo tienes que leer tu sola..."
-"Yo sola???"
Pero no pues, porque sino aprendería a leer y yo no quería leer.
-"NO QUIERO! NO VOY A LEER!!!!"
Y cerrada en mi determinación me propuse a no leer.
La profesora se burlaba de mi, desde su asiento delantero, con esos aires de déspota que tenía. Se burlaba de mi capacidad... pero, bah! que sabría esa!
Sin embargo, desde lo mas profundo de mi alma una lucecita tilitaba...
A veces me sentaba con mi faldita gris y mi chompa delgada ploma, desde un rincón, a observar al resto. Unas jugaban, otras leían. Pronto me cansé de observar y luego los juegos dejaron de interesarme... entonces me acerqué un día a la mesa de lectura: una mesa toda redonda, chiquitita, en donde una, la "elegida", se subía para leer una historia a las demás. La elegida siempre era Carmen Garcés, pero ella en su calidad de buena lectora tenía la potestad de decidir sobre lo que "tenía que ser leído". Y Carmencita -entre libros de brujas y princesas-, se perdía una, y otra, y otra, y otra vez.
Una mañana me di la molestia de buscar, uno por uno, los libros no-leídos, y allí lo volví a ver al soldado gris... pero esta vez sin una pierna en la portada. Tenia una espada y lucía un uniforme todo sencillo. Y me acordé de él, de su olor a cigarrillo, de su aspecto enorme... Sí. Tenía que recordarlo viendo esa historia. Lo saqué de entre el montículo y lo reservé en un lugar especial. Aguardando.
El tiempo pasó y pronto todas se organizaron alrededor de la mesa redonda y como en un ritual, todas aguardaron silencio mientras Carmen subía al centro de la mesa.
Como en un acto solemne, Carmen preguntó:
-"Qué libro leemos hoy?"
Y yo rápidamente y toda emocionada, saqué el libro -el libro que me compró mi Papá-, y lo puse orgullosa sobre sus ojos, como augurando que sería la mejor historia del mundo.
Pero Carmen, lo miró con desprecio. Lo cogió con un mano y lo tiró con desdén sobre la mesa cercana diciendo:
-"Ese libro es para hombres, además es horrible. A quién le va a gustar historias de soldados?"
-"Pero yo quiero leerlo" - repliqué.
-"Entonces léelo tú!" - me respondió desafiante.
Las otras niñas me miraron con desdén. Yo estaba ruborizada y con mucha ira. Me fui a mi extremo inicial, con mi libro medio roto por la caída brusca. Y en silencio lloré. Lloré, porque no sabía de él. Lloré, porque no podía ni leer ese libro "de hombres", que él en su vano criterio me había comprado. Lloré, porque desesperada buscaba leer, decifrar esos signos ignotos sobre papel. Y veía las figuras, pero no podían, entre escaleras y lunas grises, decirme que historia dulce o cruel escondían para mí. Llore y lloré, hasta completar un océano. Pero pronto, y levantando la cabeza para mirar alrededor, decidí hacer algo que me vengaría, que haría que me vengara de todas y cada una de ellas. Si!. Aprendería a leer!. Sería mejor leyendo que todas esas juntas, y ya grande, la buscaría a la tal miss Susana y le diría que era mala, que era perversa y mala; y que se la pasaría sola viviendo en una casa de esterillas rotas enverdecidas por el moho en una loma de tierras lejanas. Entonces me levanté resuelta y dije en voz muy alta:
-"Si, hoy aprenderé a leer!
Todos los alumnos y la mismísima miss Susana, me miraron impresionados...
Corrí hacia afuera del salón...
Y esa historia me encantó. Gracias Papá!