VI
Huele el aire como un oso hambriento, un chorro de embriagantes feromonas provenientes de la runner le inunda el cerebro, su avión de combate acusa el descenso de los primeros chorros de sangre caliente en dirección a su equipaje masculino, son breves pulsiones pero intensas, casi cardiacas, que poco a poco van despertando el avioncito con su tren de aterrizaje escrotal incluido. Al mismo tiempo un calor primitivo, urgente, voraz, le sube por todo el cuerpo y le inunda los canales del cerebro, necesita ensamblarse en la rosa sonriente de una hembra como lo hace una nave cuando se acopla a la estación espacial internacional que flota en órbita geoestacionaria a unos cuatrocientos ocho quilómetros del planeta para descargar con provecho los valientes astronautas humanos que transporta...lo necesita ya, o en su caso tendrá que derramar todo el pasaje de espermatozoides que transporta a base de tecnología paleolítica como en otras onánicas ocasiones...cuando se pone a correr para alcanzar la pieza, su avión de combate ha inflado toda su esponjosa estructura convirtiéndolo en un cilindro de lujuria, además como un pavo real enamorado todo su bello corporal y su cabello se le erizan. La carne agrandada de entre sus piernas la nota bien viva, potente, poderosa, con el calvo de abajo a los mandos, sobresaliéndole casi a la altura del ombligo por encima de la cintura del viejo pero fuerte tejano, el tren de aterrizaje también se ha percatado de lo que está ocurriendo y lo nota más grande, a la espera de poder proyectarse hasta la última gota por la espita del calvo...ya la puede ver, empieza la caza, aumenta su zancada, él en estos lances desgraciadamente no sabe fallar, parece que ella se ha dado cuenta de que la siguen, la pieza intenta ponerse a salvo, escapar de su perseguidor quien quiera que sea...el muro de la fatiga la está golpeando con fuerza de nuevo, de buena gana se pararía para estabilizar el ritmo cardiaco y aliviar la tensión en los isquiotibiales, pero aguanta; es un hombre alto, greñudo con barbas sarracenas en el rostro ¿qué está pasando? Corre como si no hubiese un mañana, la tarde avanza todavía luminosa e indiferente a lo que sucede en el bucólico bosquecillo atlántico...ella no quiere rendirse pero es evidente que quién quiera que sea y pretenda lo que pretenda la va a alcanzar sin remedio, ya siente su caliente respiración en la nuca...acelera, un esfuerzo más, puede estar jugándose la vida, la distancia entre los corredores ahora se alarga un poquito, se alegra, parece recuperar fuerzas, sigue corriendo, mira hacia atrás, el tipo se ha caído al suelo entre una densa nube de polvo marciano, la gran raíz de roble que hay en la penúltima curva a la salida del bosque ha hecho su trabajo, ha noqueado al gigantón empalmado, que ignorante de su existencia no ha sabido saltar a tiempo...el héroe muerde el polvo en silencio, tiene la boca llena de arena, se ha pegado una hostia olímpica, sangra como un cerdo por una herida abierta en la parte frontal de la cabeza que se ha golpeado con una laxe, le duele todo el cuerpo en especial las costilla que pueden estar rotas o fisuradas al chocar con el suelo, la membruda raíz y la laxe. Se echa la mano a la boca y nota la falta de cuatro o cinco piezas de dentadura, la sangre también es abundante en esa zona, entre las piernas nota una humedad empalagosa, piensa que se le ha partido en dos el pene, pero no, es que se ha venido como un adolescente, se siente derrotado, le pega un puñetazo rotundo al mundo y crack se le rompen los dedos corazón y anular de la mano diestra. Hace un par de minutos que ha salido del bosque, piensa que en breve estará en su casa bajo la lluvia artificial...la gran naranja combustionadora de helio, poco a poco, con calma astronómica está iniciando la lenta maniobra de descenso que le imponen desde siempre las leyes naturales del gran libro de la vida...Penélope regresa a Ítaca, ningún peligro a sus espaldas, camina recobrando el equilibrio, la normalidad de sus constantes vitales; al doblar esa última curva por un camino asfaltado rodeado de muros de piedra hechos a mano enxebre, más antiguos que cualquier monumento de los Estados Unidos de América, que en la estación primaveral se adornan de pequeñas y vistosas flores de colores, entre vegetalidad diversa, sobre un colchón de verde musgo, ya podrá ver su casa en el campo, el portal verde automático de hierro forjado, las viejas paredes de piedra restauradas, el techo de pizarra...pero ahora mismo acaba de ver el todo terreno rojo de su vecino el catedrático de dermatología, piensa enseguida en el partido de pádel que todavía tienen pendiente, se acerca al auto, mira por la ventanilla y ve a su amigo caído sobre el asiento delantero del copiloto con la corbata alrededor del cuello y los asientos y cristales salpicados de sangre...tarda unos segundos en reaccionar, lo llama por su nombre, le pone una mano en la frente que está casi fría, no está muerto, respira con dificultad, pero respira...¿No sabe qué pensar? Pero está dispuesta a actuar, se sube al auto, las llaves están en el contacto, enciende el motor, arranca a toda velocidad, se dirige al PAC, punto de asistencia continuada de su localidad, ya llegan, ha perdido mucha sangre.-¿Qué le ha pasado a este hombre? Dice alguien.-¡Debió llamar al 112! Añade otra voz. Debajo de la corbata enseguida descubren la terrible herida.-De prisa, de prisa, vamos, vamos...Alguien del personal sanitario encuentra en el suelo del vehículo el abre cartas de plata con la imagen del apóstol Santiago en la empuñadura...-Puede irse, se ve usted muy cansada, la situación está bajo control, unos minutos más y su amigo no lo cuenta. -Si le hago caso al protocolo adiós al catedrático de dermatología Ulises Rodríguez Gadisa, de treinta y ocho años de edad, moreno, ojos verdes, soltero, sin vicios...-Así es. Le responde la enfermera jefe, que añade: pero el protocolo, siempre es el protocolo...Protocolo, el primer colo o regazo, la madre, si hay un dios tiene que ser mujer, piensa Penélope en el asiento posterior del taxi que la regresa a su hogar.
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LA CABEZA DEL ESCRITOR
Short StoryVamos a dejarnos de moderneces, tú lees y yo escribo, qué mas quieres?...