CAPITULO 20

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Ricardo abrió los ojos de par en par. Se esforzó por empujar su torso hacia arriba para colocarse de pie lo más rápidamente posible. Ladeó su mirada para situarse en el terreno.

Al parecer estaba en algún tipo de árido desierto, en la cima de algún tipo de enorme cresta rocosa, junto a algún tipo muy grande y peligrosamente puntiagudo cactus.

Por suerte... por cuatro centímetros de suerte, no había caído sobre él. Pero no podía permitirse perder tiempo contemplando sus cuatro centímetros de suerte ahora mismo. Tenía que ser veloz y escapar. Se colocó de pie como un resorte y echó a correr.

Primero había optado por ir hacia delante, pero al ver que un enorme precipicio se abría bajo sus pies, decidió volverse y seguir la carrera hacia el extremo opuesto. La dureza de la roca castigó a sus suelas en el escape y el calor fue sentido por todo su cuerpo de inmediato, en especial en la zona de su frente, que ya empezaba a echar las primeras gotas de sudor.

Pronto se encontró con un camino sinuoso en descenso por el que pudo lanzarse sus primeros metros de escape a una velocidad estable pero frenética. Y para asegurarse de que iba por el buen camino, echó un vistazo por encima del hombro. Al parecer no había nada... todavía; porque de lo que Ricardo estaba escapando con tanta animosidad, con tanta celeridad y con tanto temor, era de los portales de Luisfer.

Ricardo ya había sumado un total de cuatro escapes frustrados y supuso que rememorarlos mientras esquivaba rocas, ladeaba cornisas y brincaba arbustos secos, sería una buena idea para identificar sus errores pasados.

Su primer escape había sido en la costa caribeña, dónde había pensado que esta tortura de la caída eterna había llegado a su fin, aunque no había sido el caso, ya que su amigo y guardián le había metido de nuevo en los portales.

En su segundo escape había decidido volver a... a... Ricardo se tomó un momento para reflexionar en un nombre al que darle a aquella otra realidad a la que él, y solo él, era capaz de acceder entre meditaciones.

Sorteó una roca, el salto no fue malo, no supo que fue lo que pasó, pero su pie chocó con una diminuta rama y ese hecho le asustó al punto de tener que clavar sus dos piernas a la tierra en el aterrizaje para no caerse.

No podía caerse. Y tampoco detenerse por mucho tiempo, porque si lo hacía... Volvió a correr, sintiendo una potente dosis de adrenalina en su cuerpo. Encontró un terreno más favorable y llano, entre medio de unas formaciones rocosas de gran tamaño, y decidió meterse por allí.

Muy bien, ahora con el camino despejado podía continuar reflexionando un nombre para aquella otra realidad, u otro mundo, o... lo que sea. Lo único que tenía claro era que eso se encontraba dentro de él, por alguna razón. Lo sentía propio. Cómo si fuese la primera persona en el mundo en pisar sus misteriosos terrenos.

Era su mundo interior. Sí, ese era buen nombre. Por el momento resultaba apropiado, al menos hasta descubrir si realmente era un mundo dentro de su mente o se trataba de algo más allá, que probablemente se escapase de su imaginación.

Cuando volvió al «Mundo interior» para escapar del bucle de portales de Luisfer por segunda vez, había decidido continuar marcando los sitios en donde se sentaba a meditar para volver al mundo real, pero como no quería confundir los fragmentos de las ramas en un futuro, decidió crear un sistema.

Juntó muchas ramas y se hizo con las rocas más grandes que encontró. Tampoco eran la gran cosa, piedras de no más de unos diez centímetros de formato achatado que por suerte había logrado encontrar un sitio que tenía muchas... y con muchas, Ricardo se refería a demasiadas.

Al acercarse e inspeccionar mejor, parecía el cauce de un río, pero en vez de agua había decenas de piedras que tapizaban su fondo; y también le recorría una extraña estela rosácea que siempre flotaba persiguiendo una única dirección.

DESTELLO DE ALMAS : UN ALMA LIBRE     LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora