El carroñero

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Me pregunto cuál habrá sido la obra de él, en su vida pasada, para haberse ganado una persona como yo en ésta.

Siempre viene a alimentarse de las sobras, nunca falla un día. Le gusta desgarrar la carne porque sabe que no lo culparé aún si grito de dolor.

Lo protejo de quienes quieren ayudarme.

Lo escondo aún cuando él me arranca los brazos con los que lo cuido.

Y cuando llora, mí juramento de permanecer a su lado cobra vida.

Mí carne se acaba, mis huesos caen a sus pies...se alimenta del miedo que me provocaba su partida. Porque sé que su compañía me rompe en pedazos, duele respirar, ¿Por qué me hace esto si yo lo amo tanto?

Lo sé, lo entiendo, pero nada de eso se podría comparar al dolor de su huida.

Prefiero quedarme con un dolor que ya conozco, me acostumbré a esto. Él me enseñó todo lo que sé ¿Qué pasará cuando no esté?

Tengo la teoría de que mí corazón quedó en deuda con él. Quizás le debo mí vida. Y se empeña en recordarme lo doloroso que sería no servirle.

Sabe que estaré allí.
Se aprovecha de que lo amo.
La verdad es que estoy atada de pies, no puedo volar, pero aunque no fuese así mí libertad no sería una posibilidad.

Y el día en que por fin, felizmente, muera.
No me lamentaré por desaparecer.
Si no porque él no tendrá de quién alimentarse.

Nunca he sido mía.
Siempre he pertenecido a aquél que desee ser amado.
Está bien, algunos no nacemos para salir del nido.

Los carroñeros no te enseñan a volar.

Pero al menos puedo escribir de ellos mientras pasan por sobre mí cabeza y se alimentan de lo que les doy.




Mujer HuracánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora