CAPITULO 21

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Ricardo abrió los ojos de par en par, otra vez. Sintió su cabeza hecha un panal de avispas. Su cuerpo estaba débil y le costaba poder recomponerse lo suficiente como para llegar incluso a levantar su torso. Sentía una punzada espantosa en la zona media de la espalda que le imposibilitaba el poder moverse con liviandad. Se torció lo suficiente como para quedarse bocabajo; hizo toda la fuerza que pudo y levantó su convaleciente cuerpo.

El primer movimiento fue espantoso. Sintió como si alguien con dos enormes manoplas como manos le estrujase la cabeza y la metiese dentro de un barril repleto de vidrios rotos. Así de drástico y visual se lo imaginó.

Gimoteó del dolor mientras su cuerpo intentaba volver a recordar cómo ponerse de pie. Se valió del mural de roca a su lado para lograrlo, pero demoró mucho más de lo que su ego le hubiese gustado. Se sentía muy extraño. Raro. Cómo perturbado por alguna razón. El cielo estrellado sobre su cabeza le dio la certeza de que no era un horario amigable para la vista.

Todo estaba espantosamente oscuro. Tenía miedo y no sabía bien a dónde se encontraba o cómo podía salir de ahí. ¿O cómo había terminado aquí? Lo último que su mente registraba era que estaba corriendo como loco para poder escapar de los portales de su amigo. ¿Lo habría conseguido? Ya no lo recordaba con exactitud. Cada vez que intentaba llevar a su memoria al último suceso que pudiese recordar, su cabeza le azotaba con un latigazo de padecimiento nada divertido. Así que prefirió dejar a su mente descansar un poco y no obligarla a trabajar sobremanera.

Ahora mismo sentía que su cuerpo entero estaba funcionando con apenas un poco de las reservas de la totalidad de sus energías. Esto no se sentía nada bien. Su estómago le gritó en un mensaje muy claro. Tenía hambre. Muchísima hambre.

Recordó que Luisfer le había dicho que el templo era un sitio sagrado en dónde las necesidades básicas no afectaban a su cuerpo, pero ya no parecía encontrarse en ese lugar, y ahora todas las necesidades que, como ser humano, tenía... se presentaron de una en una como feroces meteoritos estallando en su interior.

El hambre, la sed, la debilidad corporal, la fatiga, un dolor horripilante de cabeza, ganas de ir al baño... todo se amontonó en su cuerpo y le llevó a retorcerse del dolor. Sus rodillas cedieron una vez más y cayó al suelo.

La caída fue amortiguada por algo blando. Quizás no tan blando como lo sería un colchón de plumas de dos plazas, pero si más blando que un suelo de piedra gélido y puntiagudo.

Rápidamente, se dio cuenta de que había caído sobre una persona, y solo supo de quién se trataba cuando sus ojos pudieron acostumbrarse a la oscuridad de la inmensa noche que les rodeaba.

Luisfer estaba desmayado. Ricardo intentó recomponerse y ayudarle a levantarse, pero él no parecía responder. Chistó. Tenía que hallar la manera de despertarlo y que crease un portal o lo que fuere para sacarlos de este lugar.

El problema es que su cuerpo empezó a desvanecerse con el contacto con el suelo. Sus energías volvieron a menguar a una velocidad que no fue capaz de controlar; y de nuevo... se desmayó.

La claridad de la mañana le devolvió a la conciencia.

Ricardo sintió calor, su estómago se estrujó de repente y lo siguiente que hizo fue mucho más fuerte que él. Se impulsó del suelo, se arrastró hacia el rincón más alejado con sus últimas energías, y como reza la frase, desagotó el tanque.

Con una... en realidad dos preocupaciones menos a la que atenerse, decidió que era hora de buscar una manera de salir de este sitio. El calor era exorbitante, y con la claridad del amanecer pudo percatarse que se encontraba en el mismo desierto por el que estaba escapando de los portales de su amigo.

DESTELLO DE ALMAS : UN ALMA LIBRE     LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora