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Forks, el pueblo más lluvioso de Estados Unidos, un lugar que tenía todo tonos fríos, donde el sol apenas se asomaba entre las nubes y el calor solo emanaba del fuego o de las calefacciones. El lugar ideal para aquellos que odiaban el calor. Era invierno y la nieve no se había hecho esperar, cubriendo todo el suelo y arboles.

Emma suspiró. Miró sus pies que colgaban a unos centimetros del agua, a unos metros detrás suyo se encontraba la fogata que había hecho y en donde se encontraba su tetera de metal que ya hacía un fuerte y ruidoso ruido indicando que el agua ya estaba en hervor.

Se levantó de la lisa piedra que estaba al borde del río que se encontraba en el medio del bosque de Forks, y caminó hacia la fogata sacando la tetera de allí, se sirvió el agua caliente en un vaso térmico, colocó un saquito de café y cucharadas de azúcar.

—No puede ser que me haya olvidado la mermelada —susurró untando un poco de chocolate liquido en un pan tostado. Revolvió su café y pego un lento sorbo mirando a su alrededor.

Los altos arboles la rodeaban, adelante suyo se alzaba el hermoso paisaje del río, fluyendo fuertemente. Emma quería que sus problemas se los llevará el viento así como la corriente se llevaba el agua, pero sabía que eso no iba a pasar, así que solo disfrutó del café y la tostada que se había hecho, disfrutando el sabor y de la paz del lugar.

Se frotó los ojos, le ardían producto del sueño, la inspiración había ido a llamar a su puerta aquella noche, hacía tiempo no se veían, y ella gustosa la invito a pasar, se quedaron charlando durante horas en su sala con una tasa de café cada una y las brasas del fuego abrazándolas.

La visita se fue dejando detrás unos hermosos cuadros y un libreto lleno de pensamientos profundos, algunos un poco confusos y otros absurdos, pero tranquilos de leer.

Algo se movió por el rabillo del ojo de Emma, giró la cabeza para ver como entre toda la nieve blanca que cubría el suelo una mancha negra se movia lentamente.

Un pequeño perro que distingió como Terranova caminaba tranquilamente por el borde del río, al parecer no le importaba mucho si llegase a caerse, cuando paro su vista en ella la quedo mirando unos segundos y corrió hacia su dirección labrando. Al parecer era un perrito abandonado.

—Ey, holaa —dijo Emma cuando el perrito estuvo a su lado, supuso que tendría unos tres meses como mucho. Estaba desnutrido, su largo pelaje negro se encontraba muy sucio, movía la cola rápidamente llorisqueando mientras recibía las caricias que Emma le daba.

—¿Qué haces aquí pequeño? —susurró. Le era extraño que un perro de aquella raza y tan pequeño se encontrará allí.

El pequeño perrito llorisqueaba fuertemente mientras se posicionaba entre las piernas de Emma tratando de recibir también el calor del fuego que tenía delante suyo. Emma tomó su chaqueta que se encontraba a un lado y la colocó sobre él, tomo otro pan tostado y se lo dio de comer, en dos mordiscos el pan desapareció y volvió a darle otro.

—No puede ser, pobrecito —susurró luego de unos minutos en donde estuvo dándole de comer al perro, cuando quedo satisfechó lo enrrollo con su chaqueta y lo dejo a un lado del fuego mientras ella juntaba todas sus cosas rápidamente para irse del lugar.

Por último apago el fuego con la nieve que había allí, pusó su mochila sobre su espalda y cargó al perrito que todavía seguía enrollado completamente el su chaqueta y se habia quedado dormido para empezar a caminar a través del bosque.

—Que puta mierda que alguien te haya abandonado, ¿no, chiquito? —murmuro mientras miraba el bulto que tenía entre sus brazos, miró un poco más adelante empezando a distinguir la carretera.

Señales | Carlise CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora