Capítulo 9: Cita improvisada.

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La tarde en el museo fue menos desagradable de lo que pude pensar, el profesor logró convencerme una vez mas en adentrarme en otro de sus proyectos. Resulta que ahora quiere hacer una gran exposición. Estima que en un próximo de tres años logremos abrirla al público; el concepto aun no esta pautado. Simplemente me dejo escoger la temática, así que, en este trabajo, yo tengo la última palabra.

A decir verdad, no tengo un concepto establecido. Tal vez pueda proyectar una idea renacentista en la era moderna... Pero es un tema que debería pensar para después. En estos momentos me encuentro un tanto hambriento. Si hubiera aceptado el aventón del Profesor le hubiera dicho que me dejara en un puesto de comida rápida. Aunque eso implica comer junto a él, pero creo que ya fue suficiente de ese señor por lo que resta de mes.

Mientras deambulo me percato de un restaurante de comida latina a pocos pasos de mí. Creo que nunca la había visto, y tiene buena pinta. Food Mix es lo que lleva de nombre, bastante irónico el usar palabras en ingles cuando se supone que es algo centrado en Latinoamérica. Empujé la puerta, a primera instancia el lugar se ve muy acogedor, tiene bastante armonía en el uso de colores, cada espacio o mesa anda acompañado con una bandera de dicho país, las paredes de todo el lugar están pintada de rojo-amarillo-rojo simbolizando España. Mucha gente parece recurrir a este lugar, ya que se encuentran todas las mesas llenas. Por suerte, un poco mas al fondo se encontraba un puesto vacante, ya que, los meseros están preparándolo para un cliente más, sin pensarlo dos veces me dirijo hacia allá con el paladar despierto y nariz cautivada.

En una de las mesas por las que pasé, se encontraba una chica devorando la comida como si el mundo se fuese acabar, tanto sus manos como mejillas estaban empapadas de salsa, era bastante incomodo de ver, como si se tratara de un niño con malos modales. Accidentalmente hicimos contacto visual, pero desvié la mirada lo más rápido que pude para que no pensara que la andaba observando. Cuando termine de pasar por su lado, la chica empieza a expresar unos ruidos extraños con su boca llena, como si tratara de decirme alguna palabra. Solo me hice el de oídos sordos y me siento en la mesa de atrás, que anda acompañada de una bandera mexicana.

No se cumplió el minuto de haberme sentado y la chica que comía como cerdo se estacionó en mi mesa. Estaba tratando de ignorar su presencia enfocándome en mi teléfono. De reojo notaba como ella se andaba limpiando con una servilleta, la volvió bolita y me la lanzo en el rostro. Levanté la mirada con la intención de alzar la voz y me tragué todas mis palabras.

Perdí el pensamiento.

Esa era la mirada. Los ojos de ángel caído que iluminó mi tarde aquel día. La que se robó mi noción del tiempo y ha invadido mi mente gran parte de estas semanas. Con cabello castaño similar al sol ardiente de junio, cejas gruesas como hojas otoñales, nariz prominente que brindaba carácter en su estación. Además de esos labios tímidos y delicados que señalaban un tenue atardecer y como toque final, parte de su rostro se encontraba acompañada por pecas que simulaban los pasos que quedan al final del día. Era ella...

—¿Ahora porque te quedas viéndome como si fuera alguna clase de fantasma? —Pregunta la chica—.

—Tu eres...

—Si, la chica indefensa que encontraste en el baño del museo, no tienes que recordármelo.

—¿Qué?

—Ahora actúas como si tuvieras demencia, que gracioso. Pero bueno, así suelen ser los hombres luego de un encuentro casual.

—Espera, no me refiero a eso, ¿no trabajabas en un supermercado?

—¿Quién eres tú? —Empieza a observarme con más atención—.

—Estuve el otro día con una señora de tercera edad.

Mis tonos en tu lienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora