Capítulo #6

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Habían pasado ya algunas semanas en el santuario, Edén no era para nada fan de esta idea, ya deseaba que llegara el momento de volver a casa.

No se sentía motivado a salir de la casa de su tío Heros, pero no podía quedarse sin hacer nada, por lo que se vistió con las ropas apropiadas para entrenar y salió camino a las arenas y coliseos.

Las miradas hacia él no se hicieron esperar, sabía bien por qué lo miraban y no podía hacer mucho al respecto, más allá de devolver el gesto.

Hacía ya bastantes años de la última vez que había pisado el santuario, venir de nuevo al lugar que lo vio nacer le traía sentimientos encontrados. Además, estar tan lejos de su patria le generaba ansiedad, ya se moría de ganas por volver a su hogar.

Encontró el lugar más apartado, donde nadie lo viera, donde nadie pudiera decirle una miseria palabra sobre lo que él era o lo que no era, ya era suficientemente malo estar ahí, no iba a hacerse la vida peor dejando que la gente comente sobre él.

—Edén: —Cerró los ojos y exhaló, buscando disipar su mente de dudas, concentro su cosmos en su mano izquierda—¡Mare Carmesí!—Una marea carmín azotó contra el suelo del lugar, la destrucción fue tal que los vestigios de templos que ahí estaban fueron reducidos a nada.

Cómo primer intento no le parecía mal, pero si quería estar a la altura, debía esforzarse mucho más.

—Edén: Maldita sea—No era suficiente, no estaba al nivel necesario—Markab ardiente!—Una lluvia de esferas rojas golpeó todo lo que vio a su paso.

Así paso horas, cruzando sus propios límites, estaba cansado, adolorido y su mente ya estaba exhausta, y aun así seguía esforzándose.

El sudor perlaba la frente de Edén mientras los rayos del sol se desvanecían en el horizonte. Cada gota era un testimonio silencioso de su lucha interna, una batalla que libraba lejos de los ojos críticos, pero siempre cerca del peso de sus propios pensamientos

—Edén: No es suficiente—murmuró para sí mismo, su voz apenas audible—Se miró las manos, ya heridas, de tanto forzarse a sí mismo a entrenar en esas condiciones—Tengo que ser más fuerte—Se arrodilló y de su morral saco un par de guantes violeta.

Las voces de desaprobación aún resonaban en su mente, cada palabra afilada como una espada, cada mirada, un recordatorio de su origen, marcado por el estigma del "fruto del pecado". Pero Edén había aprendido a construir muros, no solo para protegerse de los golpes físicos, sino también de los ataques verbales que buscaban herir su espíritu.

Exhausto, se dejó caer sobre el banco de piedra, su respiración aún entrecortada por el esfuerzo. Los recuerdos lo asaltaban, cada uno más amargo que el anterior. La soledad del entrenamiento no era una elección, sino una necesidad, una forma de escapar de las expectativas de este lugar.

Los apodos y las burlas resonaban en su mente como un eco persistente, cada uno una espina clavada en su corazón. No importaba cuánto se esforzara, siempre parecía haber una sombra de duda, un susurro que cuestionaba su valor.

No siempre sus barreras de timidez y de frialdad lograban cubrirlo de esas venenosas palabras.

—Edén: No lucharé para probarles nada—pesar de que no me guste, eso no me va a impedir luchar por los que no pueden—se corrigió, abriendo los ojos con una nueva resolución.

Y con esa promesa silenciosa, Edén apagó su cosmos y se dirigió nuevamente a casa de Heros. Mañana sería otro día de entrenamiento, otro día para crecer, otro día para superar los límites que él mismo se había impuesto.

El sonido de su teléfono cortó a través del silencio. Al principio, dudó, pero la curiosidad fue más fuerte que el cansancio. Al ver el nombre en la pantalla, un destello de alegría iluminó su rostro cansado.

Saint Seiya: El Sacrificio de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora