¿A qué estarías dispuesta por salvar tu vida? ¿Perderte lejos donde nadie te conozca? ¿Pagar el precio que sea? O ir contra la ley, fiándote de un coyote que te ayude a cruzar la frontera de México a Estados Unidos, sabiendo como podrías acabar de s...
Se dio cuenta – no era ningún tonto – que Mónica lo estaba evitando. Sabía que estaba en las demás suites, limpiando con sus compañeras. Porque la sentía. Mientras él trabajaba en la sala de su cuarto, con la puerta principal abierta. La escuchaba reírse con Nina y Kany. Su voz suave mientras respondía a lo que ellas le preguntaban. Olía su dulce aroma incluso a esa distancia, cada que ella cruzaba por el cuarto, con implementos de limpieza. Y hasta la había sentido toser o estornudar dentro de un cubre bocas, más veces de las que a él le habían parecido normales.
Pero a pesar de todo eso, ella lo estaba evitando. Bajó en dos ocasiones, del piso, y en ambas, ella huyó antes que encontrárselo de frente. La primera, cuando él iba a reunirse con Leslie, para recibir informe de lo que había sucedido durante su ausencia. Mónica salía de la suite 403 y volvió a entrar, excusando olvidar algo. Y en la segunda, cuando era momento del almuerzo, y él le dirigió la palabra en el buffet, ella solo le contestó lo preciso, y se alejó a la sala de empleados, con las mejillas arreboladas. Y no comprendía porque. Las demás limpiadoras, si bien no eran muy cercanas a él, tampoco se sentían amedrentadas en su presencia. Le dirigían incluso la palabra, con mucha amabilidad y respeto. Pero la señorita Guerrero, a veces era cortante, no lo miraba a los ojos y si él se acercaba unos centímetros más a ella, retrocedía azorada y tímida. Y eso le estaba comiendo la cabeza. Rumiando mil y un veces, que le habría hecho el... o que le habrían hecho en el pasado, para que se comportara de esa manera.
Ya descubriría después, si había sido su ex pareja el que la dejó tímida y con miedo de hablarle a cualquiera. Porque ahora no. Ahora... saldría a comer a la casa de su amigo Thiago, haciendo caso a la petición de su esposa Danna, de que les debía una visita. Pues desde que se casaran, tres años atrás, solo fue a la casa de ambos, a llevarles un obsequio de parte de sus padres. Ahora ellos querían que fuera una visita formal con cena incluida, quedándose a probar el famoso «Cordon Blue» que según palabras de su amigo Adrian y su esposa, nadie lo hacía tan exquisito como Danna. Así que les había aceptado la visita, antes de que terminaran secándolo con tanta insistencia, o se molestaran.
Se puso la mejor pinta, estrenando una nueva camisa que se comprara días atrás en NY, y luego de aplicarse un poco de loción, salió a buscar su automóvil. La casa quedaba a treinta minutos del hotel, en el barrio «Burbank» lejos de todo el ruido vertiginoso de la centralidad de Los Ángeles.
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Miraba el teléfono, respondiendo a un mensaje de su amigo, de que lo esperaban a más tardar a las siete treinta, cuando al bajar del ascensor, chocó con alguien, y por poco le tumba unas bolsas del supermercado. Las atrapó en el aire, y su nariz identificó quien era, mucho antes que sus ojos. Esa fragancia era inconfundible.
