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Sus zapatos desgastados levantaban una polvareda tras él mientras huía de los que hace momentos atrás hubieran sido sus víctimas. De sus brazos ya habían escapado los sacos de harina y las papas recién cosechadas y ahora solo se balanceaban rápidamente a los costados de su torso en busca de más velocidad.

-¡Ladrón!

-¡Deténganlo!

Antonio escuchó gritar a los campesinos a todo pulmón trás él y agradeció ser más joven y tener la energía para mantener tal ritmo en la huída. La hacienda era tan grande que parecía nunca terminar por más que avanzara; los caminos de tierra se habrían en diferentes direcciones, las piedras se escabullían dentro de su calzado y los árboles se mecían con la brisa veraniega. Todo se repetía una y otra vez y la salida no aparecía, o eso creyó hasta que en el horizonte una lejana reja alta y elegante se formó como una alucinación. No alcanzó a acercarse mucho más cuando los hombres que estaban cerca de la puerta la cerraron y con ojos decididos comenzaron a correr en su dirección, dispuestos a cazarlo. Antonio supo de inmediato sus intenciones, lo veía en sus ojos fieros y las muecas bravas. Le gritaron varias ofensas que resbalaron por su piel oliva junto al sudor, mezcla de nervios y calor. Sus pies trastabillaron y viró hacia la derecha, temiendo caer cuando sus suelas se resbalaron por la arena suelta. El viento calaba en su pelo, despeinándolo y refrescando su cuero cabelludo. Ese mismo aire en sus pulmones era como una caldera; ardía cada vez que respiraba agitado, su pecho pidiendo oxígeno desesperado. Se acercó a la valla y de un salto comenzó a trepar como si fuera un mono en la selva y aunque sus pies se agarraban con habilidad, los piedrazos que empezaron a chocar con su espalda eran difíciles de resistir. Gritó de dolor cuando un golpe dio directo en su omóplato derecho, mismo que logró que se soltara de ese brazo y casi cayera al suelo, pero faltaba tan poco... volvió a colgarse de la reja, avanzó un poco más, ya casi llegaba a la cima, sus dedos rozaban el último fierro...

Ni siquiera logró esquivarlo, escuchó el zumbido cerca de su oreja, mas antes de siquiera poder voltearse su vista se volvió borrosa y un dolor profundo hizo temblar su cerebro. Algo tibio recorrió su cuello mientras sus manos y pies se separaban de la cerca e inevitablemente caía hacia el vacío. El suelo lo recibió duramente, sin embargo ni siquiera pudo recuperarse de la caída, pues de inmediato patadas y combos llenaron su cuerpo como si buscaran molerlo. Se cubrió el rostro y encogió su cuerpo en la busca burda de protegerse. Le gritaban de todo, hasta insultos que no conocía, pero no les prestaba mucha atención, eran demasiadas voces y dolor.

Aunque intentó escapar varias veces, siempre lo devolvían al suelo y su resistencia se estaba acabando. Un par de lágrimas escaparon de sus ojos por la frustración. Si tan solo no hubiera tenido tanta hambre...

De un momento a otro los ataques se detuvieron y él, apenas despierto, ni siquiera intentó averiguar cuál era la razón del hecho. Continuó abrazándose a sí mismo, temblando, aterrado y medio ido. Unos dedos gentiles le quitaron el pelo de la cara y la luz del sol le dio directo en las retinas, cegándolo. Escuchó las sombras de murmuros y una voz cálida que decía algo que no podía comprender. Quiso balbucear algo, mas no pudo, cayó desmayado.

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-Veo que despiertas. Es conveniente desmayarse cuando todos descubren que eres un ladrón ¿No?

-¿Eh?

Era la misma voz de antes, solo que esta vez sí que podía entender lo que decía. De inmediato su consciencia estuvo de vuelta, también lo estuvo el dolor y la confusión.

-¿Cómo estás? Te dieron una buena tunda.

-¿Dónde estoy?- preguntó cuando sus ojos dejaron de solo ver figuras y enfocaron la curiosa habitación. No necesitó saber mucho para tener la certeza de que nunca había estado en un lugar tan elegante. Las cortinas gruesas, el suelo pulido, la alfombra carmesí.

Los Días Junto a Él Donde viven las historias. Descúbrelo ahora