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Kimball Cho no estaba nada cerca de ser considerado un bebedor, siquiera uno social. Haberse detenido en medio de su investigación independiente en Oakland le estaba pareciendo una mala idea, no obstante; aquella imagen de Elise siendo golpeada por miembros de su antigua pandilla tampoco lo ayudaba a amortiguar su ingesta de alcohol.

Jane había tratado con su novia de una manera más fría que lo ordinario, había sido corto y un tanto apático con su presencia en la oficina, y por si fuera poco, ahora aquella palabra que asomaba por su boca nublaba la fluidez de su pensamiento sin requerir de cansancio aún:

—Bésame —articuló el rubio, con esa sonrisa de ojos pequeños y patas de gallo.

Sobre aquel zaguán de algún bar viejo, —que posiblemente Patrick describiría como de mala muerte si estuviese en sus cabales—, algún bar que tal vez frecuentase a los dieciséis años cuando la rabia del fallo en el baseball lo consumía, éste abría el sobre a una propuesta comprometedora.

—¿Qué? —Cho puso empeño en no trastornar el semblante, práctica habitual en su trabajo y vida personal.

Patrick solo era..., simplemente él, en toda situación. Podrías notar que detrás de sus manipulaciones, su carácter e individualidad no mermaban. No existía tal máscara. Kimball estimaba su proceder, la exteriorización sutil de una desgracia que acarrearía sobre sus hombros hasta su tumba. La diferencia entre ambos hombres es que a veces el consultor si se permitía verbalizar su soliloquio dramático.

—Bésame, Cho —pero el bastardo volvió a repetir la palabra con la dignidad intacta.

Estaba él en sus ropas casuales, esa tarde no era un agente del BIC, era un hombre desesperado, un hombre al cual se le apetecía bramar por dentro, escapar de todo, y no recordar nada al día siguiente. No era un hombre ahogado. Era un hombre aspirando a hablar.

Y Jane le sacaría esas palabras de adentro.

—¿Debo pedírtelo de nuevo?

Ese hedor de cerveza en la cercanía del consultor lo enervaba. Su vista periférica estaba afectada, mas no podía divisar a nadie a grandes rasgos.

—No lo haré, Patrick.

—Patrick. Formal —a este punto de su relación, el asiático creía que nada en verdad podía avergonzar a su compañero—. Resistencia. Ese es un punto clave, de ti. Por eso es que te he traído aquí, aunque no creía que..., te dejarías llevar, ¿sabes?

—A ver si lo entiendo. Venimos aquí. Sabes que beber no está en mi agenda. Nos embriagamos. ¿Y quieres que te bese?

El tránsito de personas por la hora pico se hizo evidente cuando parecían dos estúpidos bloqueando el camino. Debían salir de allí pronto, alejarse, no a un lugar tan privado para que Jane no conservara esas esperanzas de intimidad, claro...,

Las piernas le pesaban, y con el seguimiento de los pasos torpes del rubio se cercioró de que ninguno de los dos simpatizaba con esta clase de embriaguez. Si alguna vez había demostrado un atisbo de que disfrutaba su compañía se estaba arrepintiendo.

—Pues..., sí, en efecto.

Retomaron la conversación apoyados sobre el capó de su auto. En cuanto Jane le hiciese una abolladura no hesitaría en golpearlo. Pero ahora estaba bien. El sol que amagaba esconderse frente a ellos calentaba aquellos rulos dorados, acentuaba esos lagos azules. Era un hombre bello, a final de cuentas, y esa mano suya que carecía de trayectoria combativa palpando su espalda perdía la relevancia de a poco.

—¿Por qué? —se animó a preguntar sin mirarlo.

—Porque sí, Cho. Vamos. ¿No creerás que hay algo detrás de esto, o sí?

Sus ojos rasgados indagaron la fisonomía del consultor esta vez, y así mismo ultimó que por fin esa sonrisa bobalicona que no cesaba en peores situaciones sería su parada más próxima. La diferencia de altura casi insignificante lo hizo tambalear sobre el vehículo, alcanzando el cuello del contrario para forzarlo a encorvarse ligeramente.

Todas las botellas de Budweiser regresaron a su esófago desde el momento en que desató el robusto agarre. Patrick no era un hombre musculoso, se amparaba sobre el vigor y adrenalina que sin duda no utilizaba a la hora de los casos. Relamió sus labios sin exclamar disgusto, quizás el beso había durado más de lo anticipado; el desconcierto entornó su vista.

—Opino que conducir en este estado sería un acto imprudente —tras un instante de silencio, ahora el hombre rubio se había prendido a su mano, con valentía para acariciar el bosquejo de lo que habían sido heridas en sus nudillos—. A propósito, David Seung no era tu amante, ¿verdad?

Kimball rio por primera vez en el día. Sus frentes se acariciaron para rajar la distancia mientras vislumbraba su reflejo en aquellos ojos nuevamente.

—Eso no es nada de tu incumbencia, Patrick Jane. 

peripeciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora