Paige Thompson
Los primeros rayos del sol hicieron presencia en mi habitación, ya era 7 de febrero, mi cumpleaños el primero sin papá.
A pesar de que los pensamientos me aturdían decidí que iba a disfrutar de este día como lo hubiera querido mi padre.
Recuerdo que él me despertaba con mi desayuno favorito e íbamos a ese parque que ahora es un recuerdo borroso en mi memoria.
-¡Feliz cumpleaños!-mi madre entra a la habitación, sacándome de mis pensamientos, pero ya estoy acostumbrada es algo que siempre hace.
-Gracias mamá-me limito a sonreírle-¿Qué tienes preparado para hoy?-le pregunto levantándome.
-Tenía pensado volver a ir al parque de diversiones-se calla pero vuelve a hablar-, como lo hacíamos con tu padre.
No me mostré afectada a pesar de que no quería ir, porque sería doloroso, pero debía enfrentarlo.
-Me parece bien-digo finalmente, y ella sonríe.
-Sabía que aceptarías pero... Charlie irá con nosotras-me mira de reojo como esperando que le diga algo pero estoy cansada de discutir por eso.
-No importa, está bien-sonrío y ella me abraza.
-Me encanta que seas una chica tan madura, ahora vístete y baja, que te preparé tu desayuno favorito.
Sé que se está esforzando porque todo sea como antes, estoy muy agradecida de tener una madre como ella.
Acto seguido sale de mi habitación y cierra la puerta.
Yo me dirijo a mi clóset y me pongo una camiseta holgada y unos vaqueros, algo informal pero muy cómodo.
Abrí la puerta de mi habitación y me encontré con la silueta alta de Charlie.
El me dedicó una mirada, pero no fue inexpresiva, ni tampoco fría, fue ¿amable?
Como si fuera poco habló:
-Felicidades, Paige-diciendo esto sacudió su mano en mi cabeza.
El corazón me dió un vuelco, ¿Qué fue eso?
-Gracias-traté de parecer segura pero estaba nerviosa, muy nerviosa.
-Bajemos-sonríe, aunque pude notar que era una sonrisa triste a pesar de que lo ocultaba.
Asentí frenéticamente y bajamos las escaleras.
Al llegar a la cocina el olor a panqueques inundó mi nariz y sonreí ansiosa.
☆☆☆
El camino hacia el parque transcurrió tranquilo y la tensión reinaba en mi interior. Solté un suspiro de alivio cuando el auto aparcó justo en la entrada del parque.
-Bien, ya llegamos-dice mi madre.
Los recuerdos me invadieron y tragué grueso.
-No ha cambiado nada-las palabras se atoraban en mi garganta.
Pero no puedo dejar que el dolor me gane, debo ser fuerte, no me puedo desplomar ahora.
Mi mamá comienza a guiarnos a Charlie y a mí y me sorprende ver que, al contrario de otros días el recién nombrado tiene buen humor o al menos no me ignora.
De pronto mis ojos viajan a un puesto donde venden los mejores helados del mundo, eso decía papá.
Sonrío, y trató de ocultar mis inminentes ganas de llorar, pero no de tristeza sino más bien, de felicidad.