¿Seré mejor que esto algún día?, me preguntaba mientras mis ojos me ardían por la cantidad de tiempo que había estado llorando y trataba de enfocar mi vista a la pantalla de la computadora. Una voz interna me repetía a cada segundo que nada estaba bien conmigo; cuando creía estar mejor, tenía que sucederme algo y me volvía a sentir miserable de nuevo. ¿Tan difícil era tener todo bajo control y poder ser feliz? Creía que la felicidad era un estado inalcanzable para mí. Todos a alrededor mío tenían amplias sonrisas, no se escondían o se largaban a llorar todo el maldito rato y en sus ojos se veía un sentimiento de satisfacción. En los míos, solo se notaban los gritos de auxilio que emanaba mi alma. O tal vez era yo.
Me enfoqué en la última página que había escrito. La releí varias veces hasta que le encontré algún tipo de sentido. Mi cabeza no dejaba concentrarme, volvía al mismo sitio de siempre lo cual me ponía furiosa. Pensaba que ni siquiera era buena en algo que realmente amaba. ¿Para qué soy buena entonces? Creía que solo para existir. O sobrevivir, cualquiera de los dos.
Los latidos del corazón de Emily la hacían temer que éste se saliera de su pecho o que se detuviera debido a la presión que ejercía dentro de sus venas, su respiración se volvió agitada y por más que intentó regularla, al tener frente a ella al chico de ojos marrones, con esa mirada sutil pero encantadora, sus finos labios pero a la vez de un color rojo intenso que pareciera ser producto de usar lápiz labial, sintió que el mundo se hizo pequeño, sobre todo cuando él abrió los labios. Sabía que no había escapatoria.
—Hola, amor. ¿Qué tal tu día?
—Eh, bien —y desvió la mirada mientras él la tomó de la mano, entrelazando sus dedos para caminar por el pasillo.
—¿Solo eso? Creí que estarías feliz, en unos días será tu cumpleaños.
El esfuerzo que hacía para seguir con el hilo de la conversación y no ir al baño a vomitar, era sobrehumano. No contestó nada y al pasar unos segundos, él se detuvo en la puerta del instituto. Ella hizo lo mismo solo por inercia, pero seguía manteniendo su mente en otro lado.
—¿Segura que estás bien, Emily? Te ves algo pálida. Sabes qué, te llevaré a enfermería.
—¡No! —gritó al instante, provocándole un sobresalto al pobre chico. Acto seguido, trató de explicarle—. Descuida, mi hermana vendrá por mí. Además, solo tengo sueño, es todo.
Seguía desviando la mirada aun cuando él intentaba verla a la cara. Su estómago dio un tirón y soltó la mano de Jack para tocarse el abdomen e inclinándose levemente mientras presionaba sus piernas y las hacía temblar.
—Emily —increpó cruzándose de brazos una vez que ella volvió a reincorporarse—. ¿Me puedes decir qué está pasando? ¿No dijimos que la comunicación era lo más importante de...?
—Tengo varios días de retraso —confesó en voz baja.
Justo cuando iba a comenzar a escribir la continuación, un fuerte ruido en la planta de abajo provocó un pinchazo en la punta de mis dedos y una arritmia repentina. Exhalé sintiendo mucha impotencia y frustración por ser interrumpida en este momento. Otto sabe a la perfección que no me puede interrumpir a esta hora.
Al bajar, vi al pelirrojo intentando levantarse del suelo de la sala. Estaba abrazado al perchero. Estaba a nada de que una punta se le encajara en el ojo. Aun estando al nivel del piso, me llegó un aroma impresionante a alcohol y varias sustancias más que no especificaré.
—Ayúdame, ¿quieres? —reprochó arrastrando las palabras mientras con una pierna se apoyaba para ponerse de pie.
No tuve otra opción más que tomarlo del brazo y sostenerlo para que pudiera equilibrarse de nuevo. Caminó unos cuantos pasos y se dejó caer encima del sofá. Ya estaba demasiado molesta como para soportar otra más de sus estupideces.
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Desolado (EN EDICIÓN)
Teen FictionPara Ágata Shcüler ser escritora ha sido siempre un hobby y un pasatiempo que le ha ayudado a mejorar su mundo. Pero no pasará mucho para que llegue un chico nuevo a su universidad, que resultará ser su profesor de música, el cual pondrá el mundo de...