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—Mira, si presionas ahí, da sensaciones muy ricas.

Damián respondió a las indicaciones de su marido y presionó su dedo índice y medio en la base de los testículos mientras lo penetraba.

—¿Así?

—¡Sí! —gritó Martin, el hermano de Bastian, y se contrajo de placer ante el agarre de su cuerpo—. Fóllame. Fóllame como tú sabes.

El amanecer había llegado.

Damián era médico en uno de los hospitales de Ciudad del Cabo, y si bien no tomaba turnos nocturnos, esta vez lo había hecho para ayudar a uno de sus amigos. Martin, cuando se enteró, le hizo un berrinche colosal, al punto que lo obligó a prometer que, cuando regresara, lo destrozaría contra el colchón.

«Estás tan loco, Driesen», fue todo lo que dijo antes de besarlo y marcharse la noche anterior.

Entonces había llegado hacía una hora, y Martin lo esperaba con un desayuno para compartir con él en la cama; dos tazas de café, pastel de manzana, dos vasos de jugo de naranja y un tubo de gel lubricante de los que retrasa la eyaculación. Sí, sin duda Damián sabía muy bien lo que su marido quería probar antes de darle un sorbo al café.

Dejando sobre la mesa de noche la elegante bandeja, el hombre agarró el tubo de lubricante. Después de devorarle la boca a su ansioso marido, estaba listo para cumplir su promesa. De hecho, nada le gustaba más que eso. Damián jamás esperó que el sexo se sintiera más que placer y amor, porque esta experiencia era mucho más. Martin no solo era un amante excepcional, no solo era el amor de su vida, era simplemente todo.

El pene del cual escurría lubricante se posicionó en la entrada húmeda y dilatada. Damián arrojó el cuerpo musculoso de su marido encima y lo inmovilizó sosteniendo sus brazos a su espalda y con su mano derecha estimuló la parte inferior de sus testículos. Una sola estocada profunda y Martin dio un gemido ronco, excitado por el fuerte agarre sobre su cuerpo. La lengua de Damián pinceló su cuello una y otra vez hasta dejar un chupetón en la mandíbula. El vaivén lento fue tomando poco a poco velocidad. El agujero dilatado se expandía para recibir y soportar el enorme miembro del doctor Blake. Ambos se observaron con todo el fuego que latía en sus venas. Devorarse no era suficiente. Necesitaban arder, apaciguar el calor que se encendía cada vez que sus cuerpos se unían.

Martin se zafó del agarre en sus brazos y apoyó las manos sobre los pectorales musculosos y dorados de su amor, de ese dios del sexo que tenía el privilegio de probar cada noche.

Damián apoyó las plantas de los pies en el colchón y levantó la pelvis, golpeando a toda velocidad.

—Espera. —Martin se deshizo de placer—. Yo quiero...

—Bien —respondió Damián y se irguió en la cama para besar su cuello—, como tú lo desees.

Damián volvió a recostarse, dispuesto a ver el espectáculo que planeaba Martin. Lo acarició lentamente. La punta de sus dedos rozó los pezones duros y apetecibles, esos que su boca amaba. Martin cerró los ojos para después comenzar a deslizarse sobre la verga lubricada. Sintió cada centímetro llenándolo como nadie más lo hacía. Las manos de Damián, quien jamás podría mantenerse sumiso en el sexo, amasaron las nalgas blanquecinas y lo impulsaron a acelerar el vaivén.

AMORES DE INVIERNO - S.B.O LIBRO 11 ( Romance Gay +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora