Propias catarsis.

Que no duela(s).

No sé en qué momento me fallé a mi misma, no sé en qué momento mi corazón me vendió y se fue corriendo a tu pecho, sin un adiós, sin una llamada, sin una nota de despedida.
Todo ha cambiado,
te olvidé
te juro que no te dediqué
ni un triste minuto
durante meses
pero no sé cómo
ni por qué
volví a caer en ti
como tantas otras veces.
Me has dolido tanto que he creído morir y revivir
al mismo tiempo.
Me he curado, me he cosido cada herida yo misma
para volver al punto
en el que todo se deshilacha
y las mentiras se tropiezan
haciendo que se caiga el telón
de la gran farsa
que anunciaba el olvido.
Ahora me siento vacía
como si la vida me hubiese dado la posibilidad de acariciar la felicidad
justo antes de dar el pistoletazo de salida sabiendo que era imposible que yo ganase la carrera
en la pista de tu espalda.
Y me he roto,
me he roto en piel pedazos y me he cortado tanto
que ya no puedo contarme las heridas.
El problema no soy yo
ni eres tú
es el nosotros
que soñamos con ser
hasta que lo somos.
Es otra,
no soy yo
y por una puta vez en mi existencia
he sentido envidia,
envidia de no poder abrazarte las noches de insomnio
sabiendo que tú eres el somnífero
capaz de hacerme soñar despierta.
¿Alguna vez has encontrado un diente de león?
Porque todas las veces que los soplé
mi único deseo era tu nombre,
como quien sueña con comida
sabiendo que no debe comer,
como quien sueña con volver
a casa
sabiendo que allí ya no queda nadie.
Es un concierto suyo
que podría ser un recital mío
o un partido de fútbol tuyo
donde dedicarnos todo eso
que no éramos capaces de decir
cuando nuestras miradas se atravesaban.

No voy a pedirte que vuelvas,
porque realmente nunca has llegado a estar,
no voy a pedirte que acabemos
porque realmente nunca hemos llegado a empezar,
no voy a pedirte que me quieras
porque realmente nunca has sabido cómo se hacía eso
ni yo he sabido enseñarte.
No voy a pedirte nada
salvo una cosa;
que dejes de doler.