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Ayer fue tarde toda la tarde
Te esperaba, no venías
Tu andabas haciendo doler las cosas
Tú vendrías al huerto y hace tanto huerto que te esperaba
La tarde se hizo noche,
no me acuerdo donde
Y tuve miedo de andar tu ausencia solo
Y fue la tarde de volver al olvido
Y fue la hora de desandar tu cariño
Y me hice noche en el huerto
Y desde entonces ando noche tu recuerdo
Puedo decir febrero ahora
Puedo mirar al infierno ahora
Puedo pensar tu nombre ahora
Y todo apenas me pone un temblor en las entrañas
Como ves, con el tiempo todo cambia.
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Las flores bailaban una suave balada con el viento que las abrazaba con cada ventisca ligera.
Las manos un tanto maltratadas cortaban con la mayor delicadeza el tallo, buscando que tan frágil ser mantuviera su belleza un poco más, hasta que llegara a la floristería.
El sol pegaba fuerte contra su voluntad y lo único que quería era dejar de trabajar.
Pero, aún cuando quisiera no debía.
No podía.
Un reflejo hizo que desviara su atención del horizonte y la dirigiera al brillo en su cuello.
El pequeño pájaro de plata hizo que su corazón se encogiera con un poco de melancolía y un pequeño temblor recorrió su cuerpo haciéndole consciente del recuerdo.
Oh recuerdos.
Amargos recuerdos.
Los tulipanes parecían intentar hablarle o consolarle.
Las flores lo entendían más que cualquiera, inclusive más que él. Aunque nada podría suplantarle. Ya no dolía tanto como ayer. Tanto como la vez que le espero desde el amanecer hasta el ocaso con el instinto advirtiéndole que no iba a llegar pero con la convicción firme de que se equivocaba. Maldito corazón enamorado que decidió entregarle todo a aquel noble, que decidió aguantar hasta las últimas consecuencias, que decidió preparar un regalo dándolo todo, recibiendo nada.
Nada más que indiferencia y el frío de la soledad que marcaba el final de su ilícito romance.
Y el comienzo de una vida separados.
Justo como debía ser. ¿No?
Ese día, un día cálido de primavera, cuando las flores se abrían hacia el cielo ofreciéndole su color y su aroma. La pequeña caja de madera que resguardaba un compromiso de pureza y unión con las flores y el sol naciente como únicos testigos de lo que se iba a consumar ese día.