Llamas de Ember

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Chas.

La piedra gira, el gas escupe, y la llama nace.

Lenguas naranjas se alzan con intención de tocar el cielo, quemarlo, verlo arder. Pero las llamas son pequeñas en la boca de un mechero negro mate, cuyo gas nunca se sabe cuándo acabará.

—¿Es una amenaza?

Las llamas chocan contra el papel, que cruje retrayéndose hasta que los filamentos del tabaco se encienden.

Con pesar, el dedo suelta el botón, y la llama muere, tal como había nacido.

Sus labios exhalan una nube gris que rodea su rostro y quema sus ojos negros. Esos orbes oscuros, dueños de la propia noche y las pesadillas de los niños, se clavan en el objetivo de sus intenciones.

—Claro que no es una amenaza.

Es una amenaza, de hecho.

Pero no tiene por qué creerlo. No es necesario hacerle sentir acorralado, intimidado, sin salida ante las inexorables llamas del mechero negro mate. Solo hace falta que hable.

—¿Dónde está?

—Es la tercera vez que preguntas eso.

Maldito iluso, si respondiera, no tendría que seguir preguntando. Algunos no saben encontrar las respuestas más simples a sus problemas más pequeños.

—No sé a dónde ha ido. Pero si se ha ido, no quiere que la sigas.

No es mal plan pretender no saber. Después de todo, una mentira a medias siempre es más fácil de pillar que una verdad a medias. "No lo sé", "no lo recuerdo", "no me consta". Respuestas de cobarde a cuestiones peligrosas. Es muy sencillo.

—¿Dónde está?

Y ya van cuatro.

—Mira, no sé qué pretendes, pero nadie va a decirte a dónde ha ido.

—¿Sabes a dónde ha ido, entonces?

—No lo sé. Y si lo supiera, no te lo diría, porque ella merece algo mejor que tú. Así que, lárgate.

El chocar de la goma de las suelas con el hormigón del suelo, cuya mancha de aceite esquivan por poco, no suena tan intimidante como pensaba, pero es suficiente para hacerlo retroceder. No necesita volver a encender el mechero, su sola presencia emite suficientes llamas.

—La encontraré.

Sentencia, y la punta del cigarro cierra su promesa contra la piel de la cara de su adversario.

La grasa de la mejilla absorbe el calor, y sus labios emiten el grito más hermoso que ha oído en años. Dolor, una quemazón y un recuerdo de su paso por allí.

Los pasos le llevan fuera, y no necesita girarse para saber que el hombrecillo temeroso recorre el garaje de lado a lado para llamar por teléfono. Va a avisarles. Va a advertirles de su llegada. Pero eso no será suficiente para pararle.

Chas.

La piedra choca, la llama se manifiesta, y el papel se encoge ante el contacto del calor como una langosta huyendo del agua hirviendo.

—¿Es una amenaza?

De nuevo, la misma pregunta.

—Parece que todos os habéis puesto de acuerdo para hacerme las mismas preguntas estúpidas.

—Pues parece que tú tienes las tuyas propias. No vamos a decirte dónde se ha ido.

Es como si se hubieran reunido entre todos para establecer las palabras que usarían, las caras de imbéciles que pondrían y, sobretodo, qué marca de pañales es la mejor para adultos.

Llamas de EmberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora