Los invito, pequeños, a escuchar un cuento que los podría sorprender. Siéntense juntitos, ahí en el suelo. Traigan una merienda y préstenme un minuto de su tiempo, para contarles sobre un pequeño pueblo escondido en la periferia de la provincia conquistador. Al sur de esta, oculto entre bosques densos, se encuentra Tierra Austral. Como protegido por un encantamiento, el pueblo parecía escondido en una burbuja. Las casas eran las más bonitas, la gente era la más simpática y la vida ahí, era la más feliz.
Antes de vivir en parajes tan dorados, me tocó caminar sobre muchas piedras, muchos lugares de miedo y personas desagradables. Por eso, cuando llegué a Tierra Austral fue como encontrar un tesoro escondido. Les digo que era increíble cómo, entre tanta maleza y peligros, logré encontrar un pueblo tan bonito.
Aunque no quiero mentirles, lo que les digo puede estar un tanto exagerado, otros podrían decir que miento, pero es que no saben, nadie sabe todo lo que tuve que pasar antes de encontrar este lugar tan mágico. Y creo que esto es lo primero que les quiero decir, el espacio es uno, pero las perspectivas son muchas. Lo que les ofrezco es una de las perspectivas, una de las infinitas formas de contar lo que pasaba en Tierra Austral.
Yo me dedicaba a recorren el mundo en busca de historias para poner en mi repertorio, porque quería ser trovadora. Pero no lograba encontrar inspiración en ninguna parte, mis historias eran defectuosas y aburridas, mis canciones no tenían ritmo. Yo quería que mis canciones dieran la vuelta al mundo hasta volver a mi, y para lograr eso, viajaba de aldea en aldea.
Me dedicaba a las labores locales para poder vivir, y como todavía era pequeña, me explotaban. En algunos lugares no me daban descanso, en otros lugares me pagaban solo con comida. Las criaturas que habitaban en cada pueblo se burlaban de mi por mi estatura, por mi cabello o por mi voz. En ese entonces vivía de soñar en un lugar mejor. Los trovadores que conocí cantaban sobre castillos, pueblos encantados, sobre amor. Personas divertidas, personas valientes, personas buenas. Y yo, todavía tan pequeñita, me preguntaba si eso de verdad existía ¿Y si existía, por qué yo no lo veía? Los pueblos a los que llegaba eran grises, muy helados, y cada minuto que pasaba me hacían sentir más y más pequeña.
El tiempo que pasé antes de llegar a Tierra Austral estuvo marcado por el temor y la tristeza. Un día que trabajaba arreando ovejas, unos duendes se robaron mi cancionero y mis lapices, perdí todas mis historias. Otro día, mientras entregaba leche por el pueblo, dieron un golpe en mi cajón y se me cayó toda la leche. Habiendo perdido mi cancionero, esos duendes aparecían en cualquier lado y leían en voz alta mis historias todavía incompletas.
Con todo eso yo no hacía nada, estaba congelada por la vergüenza. Con cada risa, sentía que se me rompía el corazón. Dejé de escribir por miedo a que se burlaran de mi. Fue en ese tiempo en que me volví tan frágil, que tenía miedo de salir a la calle, tenía miedo de hablarle a la gente. Tenía miedo a lo duendes, a las hadas, a los brujos, a las sirenas. Le tenía miedo a todos.
Entonces decidí irme. Tal como me había pasado y me seguiría pasando: Estaba solita en todo, jamás preparada para afrontar las cosas, así que escapaba de mis problemas porque estaba muerta de miedo. Comencé mi camino hacia Tierra Austral y, lo que si es completamente verdades, es que me cambió la vida. Atrapada en bosques oscuros, estuve en peligro muchas veces, aldeanos de otros pueblos me decía que tuviera cuidado en mi camino, que habían duendes y hadas, y que le jugaban bromas a los viajeros.
Venía con un mochila llena de miedos y un poquito de esperanza que, a mi suerte, duró todo el viaje. A lo lejos vi un gran pedazo de madera con letras grabadas que decía "Bienvenido a Tierra Austral", de pronto de me vi rodeada de colores vivos, un viento fresco que se podía ver avanzar mientras llevaba pequeñas flores volando, y la sensación de estar en una primavera eterna. La gente te sonreía al pasar y las criaturas del bosque jugaban con los niños. Escuchaba el sonido del río a lo lejos, y supe entonces que estaba en mi hogar.
Estar ahí era como un premio que la vida me debía hace tiempo. Y con ello me di cuenta, pequeños del mundo, que existen los lugares mejores, existe la felicidad y existe el amor. Por esto y muchas otras cosas les cuento esta historia.
¿Qué opinan? ¿Un poco cursi?
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Tierra Austral
General FictionEn una provincia poco conocida, entre densos bosques llenos de duendes malhechores, Tierra Austral, se alzaba como un castillo emburbujado, separado de las otras realidades. Yo me hallaba escapando de enormes monstruos cuando escuché de un pueblo pe...