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CAPÍTULO 48. EL DÍA QUE SABOREÉ LA VICTORIA

El domingo cuando me desperté, fui una ilusa al pensar que Pol llegaría por la mañana. Tonta de mí, que tras preguntarle de una forma discreta y nada metida con calzador a Alejo si sabía algo, me contestó con palabras duras y arrolladoras:
—No sé, Thess, ¿no eres tú su íntima que lo sabe todo? —no lo dijo a malas, pero mi corazón sí sintió las palabras como puñales—. Aunque claro, en mi condición de veterano, te diré que llegará a eso de las doce. Aprovechará al máximo el día y se rumorea que Ander, quién lo traerá de vuelta, apoyó su idea de llegar tarde para ver una película de miedo metido de lleno en el ambiente.
—Maldito, Ander.
—Trata de disimular al menos, se nota a la legua que pierdes la cabeza por él.
Y dicho aquello, conmigo flipando, se marchó dejándome con una palabra en la boca que nunca llegaría.
Valentina, a quien pensaba acompañar a la cabaña de su novio para tener la discusión del siglo, fue tan ella que a los cinco minutos ya estaban de risas camino a no sabemos donde. Emma, Tobías y yo nos quedamos flipando por lo blanditos que podían resultar esos dos.
—¿Es que ni siquiera se pueden enfadar como parejas normales? —cuestionó Emma al escuchar nombrar a Flynn Rider.
—Tú tienes pinta de ser de las que discuten y luego se reconcilian en la cama —tanteó Tobías.
Y yo, que había estado alejada y tensa por la imponente presencia de la chica, me tensé como un tambor esperando su respuesta.
—Sí, bueno, no vas tan desencaminado.
Abrí los ojos imaginándome esa reconciliación y fue como si me pegaran una patada en el estómago. ¿Qué podía hacer? Me estaba dando cuenta de que muchos comentarios con respecto a Pol, me sentaban regular.
—Ahh, cambiemos de tema —dije yo con mi técnica desarrollada gracias a la fobia de evadir cosas de forma natural.
Emma me miró entrecerrando los ojos en una expresión que no sabía descifrar. De cualquier manera le sonreí y ella hizo lo mismo. Amigas para siempre.
Pasé la mañana del domingo haciendo crucigramas con mi cuaderno y recordando a Pol decirme que era cosa de abuelos.
A mí, si me hubieran dicho que Pol era el centro del universo y que alrededor de él giraban todos los planetas, me lo habría creído con un: "Tiene todo el sentido".
La tarde, sin embargo, la pasé en la playa tomando el sol sin crema y pensando en lo que Pol me dijo: «El sol no se olvida de los rayos malignos». Y tampoco pude hacer mucho.
Y luego la noche, o la noche en que descubrí por qué los abuelos adoran el bingo.
Estaba yo, repanchigada en el suelo con la espalda apoyada en el tronco que hacía las veces de banco, nada ilusionada por tener que tachar números en un cartón. Bueno, para ser sincera lo estaría si el chico de pelo blanco fuera quien cantara esos mismos números y no Gunter, el tipo que pasó de Macarena a Alejo. Valentina quiso presentarse para el puesto, pero después de que Daniel le recordara que entonces no podía participar, se lo pensó dos veces.
Malena, la mujer mayor del campamento, tomó el micro.
—Sí, sí, probando. ¿Se me escucha? ¿Sí? —habló en general y muy profesional.
—Pues menos mal que solo es césped, llega a estar en un escenario y flipamos —dijo Macarena con su marcado acento del sur.
Alejo rodó los ojos por su comentario y yo de forma muy muy avanzada, le di un codazo. Ya veis, para subir dos niveles más en el juego de Pol, de hecho, pensaba decírselo en cuanto volviera. Dentro de unas dos horas.
Un sonido irritante salió por los altavoces.  
—Veo que funciona —dijo Malena sonriendo sin separar los labios—. Como todos sabréis, el campista Gunter se encargará de cantar los números durante la sesión de Bingo.
—¡Queremos saber el premio! —gritó una voz grave desde alguna parte.
—Con calma, con calma. Otorgaremos dos premios, uno para quien haga línea y otro para el bingo. No va a ser dinero porque de ninguna manera queremos fomentar algo que pueda crearos adicción.
—¡Tarde! —gritó otra persona y me giré para mirar. Un grupo de chicos que no habían dado problemas hasta entonces, pareció haber cogido confianzas. 
Malena suspiró cansada y miró a Ander en busca de apoyo.
—¡Dejad hablar! —ordenó.
—Está bueno, ¿eh? —me dijo Macarena.
Me giré en su dirección, asombrada porque me hablara a mí. Por su sonrisa ladeada y sus ojos que alternaban entre mi cara y la de Ander, confirmé que sí me hablaba a mí.
Escruté durante unos segundos al chico en cuestión. Pelo cobrizo y rizado, bastante cachas, lunares en la cara, ojos verdes... E inevitablemente pensé en Pol, con su pelo blanco y las raíces oscuras, esa mandíbula angulosa que, como poco, te hacía desear besarla hasta que te doliera la boca. Sus ojos azules tono tormenta de verano o sinónimo de "el sitio donde vas a querer perderte durante el resto de tu vida". O sus cejas oscuras y gruesas mega sexis, oh y no hablemos de esos labios finos que, Dios, eran la madre de todos los pecados. Y esa peca sobre el labio...
La sangre se me acumuló en las mejillas.
—Sí que es guapo sí, puede que hasta demasiado —murmuré.
*
14. ¿Tan difícil era que saliera el puñetero número?
La línea ya había tocado y a mí me quedaban tres números. Sí, tres, pero el catorce me pareció fácil de sacar y allí estábamos, juntos hasta el final.
Me encontraba inclinada sobre el tronco, con los ojos alternando su objetivo. Del cartón a la bola giratoria de metal.
Iba a ser mío. Iba a ganar, al fin y al cabo solo me quedaban tres.
La hafefobia, que se encontraba en la suela de mi sandalia, había tenido el amable detalle de no amargarme el bingo.
—Quince. Uno, cinco —dijo la horrenda voz de Gunter.
Maldecí.
—¡Solo me quedan cuatro! —exclamó mi rival Valentina, y no éramos amigas, no hasta que cesara el sonido de las bolas al chocar entre ellas.
El corazón me iba a mil y mi pierna se movía de arriba abajo, sumida en un movimiento repetitivo y constante.
«Sigue soñando, monada», le espeté mentalmente a Valen.
Con el dedo pulgar giré con rapidez el anillo plateado que llevaba en esa misma mano.
Dios, quería más que nada ganar. Era fácil, solo tenía que escuchar los tres números que me quedaban.
—Uno. Uno —pronunció el binguero.
—No me jodas, ¿quién tiene el uno? —preguntó en tono borde Macarena.
«Yo no desde luego»
—¡Yo! —dijeron Alejo y Valentina al mismo tiempo.
Dediqué dos segundos de mi tiempo a mirar el cartón de mi amigo. Se me paró el corazón en el instante en que vi que solo le quedaba el catorce. Si yo ganaba, él ganaba conmigo, y ninguna intención de compartir el premio.
—Veintiocho. Dos, ocho.
Una cantidad de quejidos y una sonrisa de medio lado procedente de mis labios. Con el dedo perforé tres laterales del número para poder echarlo hacía atrás. Uno menos.
Dos números más y mi ceño fruncido.
La mayor parte de la gente tenía uno o dos para ganar.
—Setenta y dos. Siete, dos.
Lo tenía. ¡Lo tenía!
Mierda. Solo quedaba el catorce. Puf, pues ya estaba, me tocaría compartir con Alejo, íbamos a ganar los dos. Que mal.
—Trece. Uno, tres.
—¡Bingo! ¡Bingo! —gritó alguien.
Me costó, admito que me costó reconocer esa voz. Pero es que no podía ser posible, él no  estaba allí.
Eso era imposible, la voz no podía ser suya.
Pero ahí estaba.
Sus ojos azules se trabaron con los míos.
Que pena que hubieran pasado tantas cosas desde aquel lejano 14 de abril.
Que pena que Pol hubiera entrado en mi vida, o no.
Y que pena que ya no quisiera la historia romántica con esa persona, ahora otra era dueña de mis pensamientos.
«Llegas tarde»

***
¿Alguien sabe quién es?

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