Marzo de 1996
Lola y Pablo sabían convivir muy bien juntos. Mientras él entrenaba, ella limpiaba y le preparaba la comida para cuando volviera. Por su parte, Pablo hacía lo mismo durante la noche. El insistía en volverse del bar con ella, las noches en capital no eran tan tranquilas como en Córdoba, pero ella se negaba. Decía que tenía que descansar para mejorar su rendimiento y así, convertirse en uno de los mejores futbolistas del mundo.
Lola, en cambio, no tenía tiempo ni de buscar miembros para su banda. Era viernes y, como siempre, se iba a llenar una locura. A pesar de las negaciones, Pablo fue a acompañarla igual al trabajo. Fue con Roberto Ayala. A pesar de que su compañero soltaba alguna que otra boludes, lo quería igual. Eran las ocho, había poca gente y la barra funcionaba tranqui. En esos tiempos que Lola tenía libre, aprovechaba a escribir canciones o componer su melodía.
Hoy iba a tocar una de sus bandas favoritas de la zona. Hacían covers, lo que mantenían un ambiente enérgico y eufórico en el bar, pues todos conocían las canciones que iban a tocar. Sentía envidia sana, admiración, su corazón palpitaba a mil por hora cuando se imaginaba arriba de los escenarios.
Pablo tomaba una gaseosa junto a su amigo. Como el bar estaba muy vacío, no podían pasar desapercibidos si tomaban alcohol. Charlaba temas triviales con su Ayala. Hablaban de gambeteos, técnicas de juego, y a veces de las chicas que practicaban Voley en el estadio. Bueno, de las chicas solamente hablaba Ayala. Pablo no aportaba mucho, solo podía pensar en la chica de la barra y limitarse a sus fantasías. No estaba desesperado, durante seis años jamás le dijo nada, pero cada vez que crecía sentía un poco más la necesidad de avanzar con ella. Observaba como Lola escribía en una servilleta, la miraba de vez en cuando. Ayala no tardó en notarlo.—¿Tantas ganas le tenes a la piba? —El comentario de Ayala hizo que su concentración a su amiga fuera interrumpida.
Bufo molesto y rodó los ojos, como cada vez que su compañero hacia un comentario de ese tipo.—Te dije que es mi amiga, nada más –Se defendió Aimar. Los dos sabían que no era solamente su amiga.
—Es tu amiga pero bien que te la querés coger—Pablo casi le plantaba una piña ahí mismo.
—Cerra el orto pelotudo.
—¡Vos sos pelotudo! Y ella también, porque es la única que no se da cuenta que estás embobado por ella. Mira que si no activas, se va— Ayala tenía razón, pensó Pablo.
—No es tan fácil... es mi amiga de toda la vida, y lo que siento va mucho más allá de lo sexual, posta— Empezó a abrirse Pablo. Nunca había hablado con nadie sobre lo que sentía por ella. Solía negarlo para no hacerla sospechar a Lola.
—Estas enamorado— Y Pablo asintió —¿No sos muy chico? Tenes apenas dieciséis.
—No te lo puedo explicar porque no vas a entender...
—Tenes razón —Dijo Ayala, con tono burlón —Vos seguís a tu corazón, yo a lo que tengo en el pantalón.
Pablo lo miró con cara de "no podes ser tan pelotudo", mientras su compañero se reía a carcajadas de su propio chiste. Él también comenzó a reírse. Tenia que admitirlo, fue algo muy ocurrente. Estupido, pero ocurrente.
Lola escuchó las risas que provenían desde una de las mesas del fondo. Sonrió al ver que la estaban pasando bien, pensando de que se estarían riendo. Salió al balcón a prenderse un cigarrillo antes de que el bar comenzara a moverse. No estaba sola, se encontraban dos personas que ella reconocía bastante bien.
Florencia Banega, o más conocida como Flora, baterista de la banda que iba a tocar esa misma noche y Brenda Martín, la bajista de dicha banda. Lo que más le sorprendió es que estaban junto a Marcos, su gerente. No se veian tranquilos, parecían discutir.
Hablaban tan alto que, indirectamente, Lola ya pertenecía a la conversación.
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1990 | Pablo Aimar
FanfictionPablo y Lola tenían un sueño en común: dominar todos los estadios del país. Pablo, como uno de los mejores futbolistas de su generación. Lola, como la próxima cantante de rock nacional más importante de Argentina. De Río Cuarto a Capital Fede...