Tres semanas después.
- Por fin.
Me abrazo a mi mejor amiga. Se ha tomado unos días para venir a verme.
- Pensaba que eras otras vez el de la floristería.
Desde aquella tarde que rechacé las rosas de Mateo, recibo a diario una flor con una pequeña nota apelando a mi misericordia. Todas acaban en la basura, pero creo que mi corazón se aferra a las espinas que traen, porque con cada una de ellas parece sentirse más lastimado.
V: ¿Qué?
Me mira confusa.
- Ya te cuento.
V: Has perdido peso y tienes los ojos rojos.
Evalúa.
V: No voy a preguntarte cómo estás.
Suspiro.
- Lo intento, Vero.
Prometo desviando mi atención a Carla para evitar derramar más lágrimas. Cada vez que pienso en que ya no puedo seguir llorando más, me sorprendo de mis capacidades.
- Tu estás mu' grande, princesa.
Aprieto sus mofletes suavemente con mis dientes. Podría comérmela.
- Y espabilada.
V: ¿En el cuarto de siempre?
Empuja una maleta y el carrito de la niña.
- Sí.
Ya tengo todo preparado para ellas. Solo falta instalar la cuna plegable, pero Vero va a hacerlo.
V: Voy a dejarlo todo, le damos un baño, y tú y yo vamos a hablar.
Son casi las ocho de la tarde y ocuparnos de mi ahijada es la prioridad, pero es cierto que aunque Vero se ha preocupado por mi llamando día si y día también, no me he visto con ganas de contarle demasiado.
- Vale.
Acepto.
- El baño se lo doy yo.
Me llevo a la pequeña para que su madre termine de instalarse. Pongo el agua y la meto dentro, lavando su cuerpecito y luego enfundandola en su pijama. Adoro el olor que tiene a bebé.
V: Lo primero, aliméntame.
Suplica dicharachera entrando en la cocina. Le ha dado el pecho a la nena y siempre dice que tras ello se muere de hambre.
- No está listo.
Señalo los cacharros. Estaba preparando una tortilla de patatas.
- Pero puedes cogerte algo antes.
Señalo la nevera. Ataca el jamón y lo degusta como el mejor de los manjares. Es una golosa.
V: Come que está buenísimo.
Me cede un poco, pero lo rechazo. Últimamente tengo el estómago cerrado.
V: Venga ya.
Me mira esperando a que hable.
- No sé no por donde empezar, Vero.
Confieso agobiada.
V: Por traer los clínex estaría bien.
Los acerca al ver como mis ojos se empañan de más.
- Joder.
Maldigo.
- Es que no puedo parar de llorar.
Me quejo tapándome la cara con las manos avergonzada.
V: Ven aquí, gordi.
Me abraza dejando que me desahogue en su hombro.
- Le echo mucho de menos, Vero.
Admito en voz alta por primera vez. Me paso los días repitiendo que le odio y que jamas voy a perdonarle, pero lo cierto es que me muero por estar con él.
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Todos los secretos (Segunda parte)
RomanceUna historia en la que TODOS tienen algo que ocultar