Capítulo 228

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Tres semanas después.

- Por fin.

Me abrazo a mi mejor amiga. Se ha tomado unos días para venir a verme.

- Pensaba que eras otras vez el de la floristería.

Desde aquella tarde que rechacé las rosas de Mateo, recibo a diario una flor con una pequeña nota apelando a mi misericordia. Todas acaban en la basura, pero creo que mi corazón se aferra a las espinas que traen, porque con cada una de ellas parece sentirse más lastimado.

V: ¿Qué?

Me mira confusa.

- Ya te cuento.

V: Has perdido peso y tienes los ojos rojos.

Evalúa.

V: No voy a preguntarte cómo estás.

Suspiro.

- Lo intento, Vero.

Prometo desviando mi atención a Carla para evitar derramar más lágrimas. Cada vez que pienso en que ya no puedo seguir llorando más, me sorprendo de mis capacidades.

- Tu estás mu' grande, princesa.

Aprieto sus mofletes suavemente con mis dientes. Podría comérmela.

- Y espabilada.

V: ¿En el cuarto de siempre?

Empuja una maleta y el carrito de la niña.

- Sí.

Ya tengo todo preparado para ellas. Solo falta instalar la cuna plegable, pero Vero va a hacerlo.

V: Voy a dejarlo todo, le damos un baño, y tú y yo vamos a hablar.

Son casi las ocho de la tarde y ocuparnos de mi ahijada es la prioridad, pero es cierto que aunque Vero se ha preocupado por mi llamando día si y día también, no me he visto con ganas de contarle demasiado.

- Vale.

Acepto.

- El baño se lo doy yo.

Me llevo a la pequeña para que su madre termine de instalarse. Pongo el agua y la meto dentro, lavando su cuerpecito y luego enfundandola en su pijama. Adoro el olor que tiene a bebé.

V: Lo primero, aliméntame.

Suplica dicharachera entrando en la cocina. Le ha dado el pecho a la nena y siempre dice que tras ello se muere de hambre.

- No está listo.

Señalo los cacharros. Estaba preparando una tortilla de patatas.

- Pero puedes cogerte algo antes.

Señalo la nevera. Ataca el jamón y lo degusta como el mejor de los manjares. Es una golosa.

V: Come que está buenísimo.

Me cede un poco, pero lo rechazo. Últimamente tengo el estómago cerrado.

V: Venga ya.

Me mira esperando a que hable.

- No sé no por donde empezar, Vero.

Confieso agobiada.

V: Por traer los clínex estaría bien.

Los acerca al ver como mis ojos se empañan de más.

- Joder.

Maldigo.

- Es que no puedo parar de llorar.

Me quejo tapándome la cara con las manos avergonzada.

V: Ven aquí, gordi.

Me abraza dejando que me desahogue en su hombro.

- Le echo mucho de menos, Vero.

Admito en voz alta por primera vez. Me paso los días repitiendo que le odio y que jamas voy a perdonarle, pero lo cierto es que me muero por estar con él.

Todos los secretos (Segunda parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora