Una diosa... ¿budista?

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Frank

Odiaba los pastelitos, odiaba las serpientes y odiaba mi vida, no necesariamente en ese orden.

Mientras avanzábamos penosamente por la colina, deseé poder desmayarme como Hazel: entrar en trace y revivir otra época, antes de ser reclutado para aquella descabellada misión, antes de descubrir que mi padre era un sargento instructor divino con un problema de orgullo. 

Mi arco y lanza me chocaban contra la espalda. También odiaba la lanza. En cuanto me la dieron, juré en silencio que nunca la usaría. "Un arma de un hombre de verdad." Marte era imbécil.

Tal vez había habido una confusión. ¿No existía algún tipo de prueba de paternidad para los hijos de los dioses? Quizá la enfermera divina me había confundido sin querer con uno de los fuertes y peleones bebés de Marte. Era imposible que mi madre se hubiera liado con aquel dios de la guerra fanfarrón. 

"Era una guerrera nata —adujé la voz de mi abuela—. No me extraña que un dios se enamorara de ella, teniendo en cuenta a nuestra familia. Sangre ancestral. La sangre de príncipes y héroes." 

Aparté la idea de mi mente. Yo no era un príncipe ni un héroe. Era un patoso con intolerancia a la lactosa que ni siquiera sabía proteger a mi amiga para que el trigo no la secuestrara. 

Mis nuevas medallas tenían un tacto frío contra mi pecho: la medialuna del centurión y la corona mural. Debería enorgullecerme de ellas, pero tenía la sensación de que si las había obtenido fue porque mi padre había intimidado a Reyna. 

No sabía como mis amigas podían soportar estar cerca de mí. Diana dejo en claro que odiaba a Marte (y a todos los dioses, al parecer) , y a mí no me extrañaba. Hazel seguía observándome con el rabillo del ojo, como si temiera que me convirtiera en un friki musculoso. 

Miré mi cuerpo y suspiré. Rectifico: que me convierta todavía más en un friki musculoso. Si realmente Alaska estaba situada más allá del alcance de los dioses, no podía quedarme allí. No estaba seguro de tener algo a lo que regresar. 

"No lloriquees —me habría dicho mi abuela—. Los hombres de la familia Zhang no lloriquean." 

Ella estaba en lo cierto. Tenía un trabajo que hacer. Tenía que completar aquella misión imposible, y de momento pasaba por llegar al supermercado con vida. 

A medida que nos acercábamos, temí que el supermercado se iluminara de golpe con el arcoíris y nos volatizara, pero el edificio siguió a oscuras. Las serpientes que Polibotes había soltado parecían haber desaparecido. 

Estábamos a unos veinte metros del porche cuando algo susurró en la hierba detrás de nosotros. 

—¡Vamos! —grité. 

Diana tropezó. Mientras Hazel la ayudaba a levantarse, volví y coloqué una flecha en el arco.

Disparé a ciegas. Creí haber tomado una de las explosivas, pero sólo era una bengala de señales. El proyectil se deslizó a través de la hierba, estalló en una llama naranja y emitió un silbido.

Por lo menos iluminó al monstruo. Posada en una de las parcelas de hierba amarilla marchita se halla a una serpiente de color Lima de la longitud y el grosor de mi brazo. Su cabeza estaba rodeada de una melena de puntiagudas aletas blancas. La criatura contempló la flecha que pasó silbando como si preguntara: "¿Qué demonios es eso?"

Entonces fijó sus grandes ojos amarillos en mí. Avanzó cómo una lombriz, encorvándose por la mitad. Allí donde tocaba, la hierba se marcitaba y moría.

Oí como las chicas subían la escalera de la tienda. No me atrevía a volverme y echar a correr. La serpiente y yo nos miramos. La serpiente siseaba, lanzando llamas por la boca.

La Hija De NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora