Entré en un campo de girasoles

608 68 6
                                    

Wasuke sabía que estaba maldito. En su sangre corría un líquido negro y ruinoso que destruiría al mundo.

Pero en el sol de la mirada que su nieto le mostraba día día no había nada de eso. Supo cuando lo vio que en cuanto el pequeño nació fue maldecido. Mismo color de cabello, ranuras debajo de los ojos eran inequívocas marcas que no podía eliminar, hacer cambiar, no había nada que hiciera para evitar lo inevitable.

Su familia se había mantenido alejada por un milenio ¿Cómo era posible que su nieto se viera maldito a esas alturas? ¿No había sido suficiente expiación con la muerte de su hijo y esposa? ¿No era suficiente que Yuuji quedara huérfano?

Wasuke solo veía crecer al niño aroma de sol con una sonrisa en el rostro, veía como su sonrisa iluminaba los días grises, como el sonido de su voz atraía las aves cantoras a su ventana.


Ese niño no podía, no debía tener atisbo de sufrimiento. Era por ello que nunca vivían más de un año en cualquier lugar, era por eso que nunca estaban a menos de 5 kilómetros de la capital del reino.


Había una leyenda.

En cuanto el rey y su príncipe se encuentren con la sangre secundaria, la era de las maldiciones volvería de nuevo. Y esta sangre nacerá de un ente muerto y el amor de un ciego.


Ciertamente su hijo había estado ciego cuando se fijó en Kaori. Fue tarde cuando supo que la mujer era parte de un aquelarre de brujas impíos que; adorando la oscuridad, esperaba conseguir la vida eterna. Sin embargo, consiguió la muerte a través del parto, mientras su hijo parecería a manos del resto del aquelarre que les había dado la espalda al saberles juntos.


Wasuke solo estuvo ahí para matar a la criatura naciente de esta unión.

No pudo. No cuando vio los ojos dulces del niño llenarse de lágrimas como el recién nacido que era. Aunque reinaba a su alrededor un baño de sangre, el infante lo único que deseaba era sobrevivir. Wasuke lo cogió entre sus brazos, lo acuno como antaño a su propio hijo, sus cabellos rozados como la Sakura floreciente, como el cerezo en abril, le hicieron recordar los días felices de su propia infancia, cuando sus padres nómadas lo alejaban de la capital.


Era su turno de proteger al pequeño, así que aun llevándolo en brazos comenzó a salir de la habitación, pasando entre brazos cercenado, cuernos vacíos de sangre, ojos sin vida.


—Pro... teje a Yuuji— escucho de una voz agonizante de entre cadáveres


—¿Yuuji? — pregunto sin darse la vuelta


Wasuke no obtuvo respuesta, pero supo bien a quien pertenecía la maltrecha voz que le llamaba. Negándose a mirar siguió caminando con profunda pena en su corazón, sus zapatos llenos de sangre y parte de viseras que eran aplastadas bajo el peso de su cuerpo, cordura y alma.







¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
La primera familia malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora