Capítulo uno

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Era jueves por la noche cuando Lionel Scaloni y sus compañeros yacían agotados sobre el húmedo y fresco césped del Estadio Marcelo Bielsa, lugar donde el Club Atlético Newell's Old Boys disputaba sus partidos y hacia participe a sus jugadores de los entrenamientos intensivos. Lionel había debutado hacía relativamente poco en primera división y aún seguía regocijándose con el dolor de sus extremidades, y es que según él, era un plácido recordatorio de todo lo que se había esforzado para compartir cancha con "los más grandes". Tomó aire y llevó sus manos a la punta de sus pies, tirando para su lado y logrando la extensión de los músculos gemelos. Podía sentir como poco a poco su temperatura corporal empezaba a descender y como el sudor que cubría su cuerpo y empapaba su ropa comenzaba a enfriarse, y con la relajación muscular, también vino la relajación mental.

El cielo se encontraba completamente despejado, permitiendo que la luna sea la protagonista de esa solitaria noche. Hoy el equipo no se encontraba completo, y por alguna razón, todo estaba más silencioso de lo habitual. Sus compañeros estiraban cada uno por su cuenta, tan solo un leve murmullo era audible en la inmensidad del estadio, como si ninguno quisiera romper el ambiente tranquilo que se había formado. La concurrida Avenida Intendente Morcillo -cuyos autos y colectivos pasaban a toda hora- hoy se encontraba en absoluto silencio. Lionel se deleito con la oscuridad de la sigilosa noche. Muy pocas veces era posible encontrarse con paz dentro de la cancha, y en cierta manera, la situación le parecía reconfortante. Asique con el espíritu totalmente consumido por el sosiego de la serenidad, agarró su botellita de agua para recargarla en el dispenser que se encontraba adentro del vestuario. Hoy no tenía ganas de esperar al equipo, estaba muy cansado y prefería aprovechar la codiciada soledad de las duchas para relajarse en el bello silencio que lo venía acompañando.

-La puta madre- insultó por lo bajo cuando llegó y vio que dispenser se encontraba vacío.

Sus ojos escanearon todo el lugar en busca de alguna botella cargada y fue unos segundos después que entre medio de una pila de camisetas sudadas y botines embarrados, encontró una. La sonrisita ladina apareció de forma automática en su rostro y no dudo en ir a tomarla, pero antes de que pudiera despejar la mesa y correr aquel montículo de ropa, su atención fue captada por la imagen de un joven que aparecía en un diario deportivo que se encontraba justo al lado. Aquellos ojos desesperados que buscaban un oasis, ahora se encontraban leyendo con atención el titular impreso en tinta negra.

2 de mayo, 1995.

¡CÓRDOBA HISTÓRICA!

Debuta el primer cordobés en el Campeonato Sudamericano Sub-17.

Su nombre es Pablo César Aimar y con apenas quince años, se consagró como el primer cordobés en la historia en jugar en el Campeonato Sudamericano. El joven oriundo de Río Cuarto terminó como figura de la temporada y su debut en la primera división de River se siente cada vez más cerca.

-¡¿Qué onda?! ¿Ganamos?-

-¡Para boludo!- se quejó Scaloni cuando uno de sus compañeros, Walter Samuel, se le colgó del cuello.

-¿Qué pasó? ¿Te asustaste?- lo pincho divertido mientras se sacaba la remera y se dirigía al locker.

-No, casi me dejas sordo-

-Te creo y todo- siguió diciendo. -¿Y? ¿Ganamos o no?-

El ruido de las bisagras oxidadas de metal hacían eco en el ahora no tan solitario vestuario. Tal vez hoy no iba a poder bañarse tranquilo.

-Dos a uno contra Uruguay- informó Lionel con desinterés, volviéndose a centrar en la fotografía que ocupaba casi toda la primera plana.

La piel tostada del rostro de aquel joven brillaba producto del sudor, pero no se veía mal, pues su rostro lampiño y limpio de cualquier tipo de imperfección lo hacía ver como si del rocío de la mañana se tratase. La nariz recta y la mandíbula levemente perfilada hacían el intento de hacerlo parecer mayor, pero la forma en la que sus rulos de querubín caían y se pegaban sobre su frente sudorosa eran el recordatorio de que seguía siendo un adolescente jugando al futbol. Todo en el emanaba un aura angelical, cada facción de César Aimar pertenecía a la de un niño alado de un cuadro renacentista. Pero era cuando lo mirabas a los ojos que aparecía Pablo. Esos botones esmeraldas que brillaban con diversión fruto del júbilo de una victoria rompían con su faceta de ángel, mientras que su sonrisa ladina terminaba de delatar la picardía que se escondía detrás del serafín cordobés.

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⏰ Última actualización: Jan 03, 2023 ⏰

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