📖CIENTO TREINTA Y SIETE📖

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De inicio, Carla me guió por los sitios que ella ya había visitado con Niggel, ya que cuando nos lo explicó no me quedaba muy claro de que parte de la ciudad hablaba. Al final resultó ser el área donde, de acuerdo a las notas de mi padre, debía estar la casa de mi madre.

-¿Será...? - dije en voz alta cuando logre ubicarme.

-¿Qué cosa? - pregunto Carla qué ya comenzaba a moverse de nuevo para guiarme al siguiente sitio.

-Quiero comprobar algo, andando. - le respondí invitándola a seguirme.

Por lo que veía, nos encontrábamos en el antiguo barrio comercial; y digo antiguo, porque el que visitamos Kikyō y yo, el legal e ilegal, ambos estaban del otro lado de la ciudad la cual era la más cercana a la "salida". Es decir, al norte del Ciudad subterránea se encontraba el nuevo barrio comercial pues disponía de varias entradas para llevar y traer la mercancía, pero esas mismas salidas, por la concurrencia, eran poco accesibles para cualquiera; por otro lado, donde estábamos, era la zona Sureste de la Ciudad, la más lejana de toda salida, pero curiosamente era demasiado céntrica como para ser fácil de ubicar. Y su mi memoria no me fallaba, si caminaba sobre la avenida principal, con dirección al este, llegaría a la casa de mi madre...

Carla me siguió sin hacer preguntas, lo cual me recordaba bastante a la compañía de Kikyō, siempre silenciosa y expectante.

-Debe de ser... - volví a pensar en voz alta cuando nos acercamos a donde debía estar la casa.

-¿Qué buscamos?

-Una casa...

-Oh, wow, que especifico... - se burlo Carla a mis espaldas. - Sabes, creo que pasamos unas 20, ¿seguro no son esas?

-Debe de estar en ruinas totalmente y debería tener el letrero de que era una tienda... - explique con un bufido.

Si, prefería la compañía de Kikyō, que aunque pensada sarcásticamente, ella prefería guardarse el comentario... Aunque solo lo hacía para más adelante usarlo a su favor o decir alguna otra cosa más ingeniosa.

Con la mirada escanee la calle, tenía que haberme equivocado de dirección. Seguí avanzando unos metros más, hasta que, de entre un solitario callejon, apareció un gato de la nada.

-¡Casi me muero! - grito asustada Carla.

El felino había salido de la oscuridad dando un salto, como si algo más lo hubiera asustado y así tan pronto como aprecio, también se volvió a perder entre las calles desalmadas. Aunque, más allá del pobre animal, lo que me llamó la atención fue lo que había del otro lado del callejon.

-Esa es... - comente emocionado antes de hecharme a correr.

-¿Qué cosa? - quiso saber Carla, antes de emprender su carrera detrás de mi.

A cada paso la emoción inundó mi pecho, como si acabará de descubrir una mina de oro o algo parecido. Y es que, justo al final del callejón, al salir a la siguiente calle, se levantaba espeluznante una casa en ruinas.

-¿De verdad buscabas esto? - pregunto mi compañera con una mueca de disgusto. - Es igual a las otras 20 que pasamos antes...

La ignore por completo y me acerque al lugar: las ventanas estaban rotas, la puerta tenía marcas hechas con alguna clase de machete, el suelo aún tenía visible largas líneas desiguales carmesí, el techo estaba destrozado y el letrero que rezaba "Suministros Arai" estaba colgando de una única cuerda. Camine con cuidado, evitando pisar los vidrios rotos, hasta acercarme a la puerta, la cual permanecía abierta pues nadie se atrevería (seguramente) a robar una casa perseguida por fantasmas ambles que fueron brutalmente llevados a ese estado y que ahora buscan venganza.

-Oye, no creo que debas... - comenzó a decir Carla con temor.

Las casonas del terror que visitabamos en las ferias, debían tener más o menos la misma pinta que frenta a la que estábamos, así que comprendía su miedo; aunque curiosamente, yo no compartía el sentimiento.

Así pues, la ignore y entre a la casa. Dentro no era muy diferente del exterior: igual estaba todo destruido, los muebles tirados y desmantelados de todas formas posibles, había una sala hecha jirones, la cocina están llena de trastes estrellados, el techo tenía goteras, por todos lados habían manos rojas y el olor a muerte era tan penetrante que no se podía respirar.

-Kai, por favor, vámonos de aquí... - suplico Carla mientras intentaba no oler para no vómitarse.

Yo seguí en lo mio, avanzando y respirando muy poco por el olor, llegué a la sala de estar. Con el pie moví una tabla del techo, provocando que varias ratas salieran corriendo; Carla grito de la sorpresa. Avance un poco más hasta que un reflejo llamó mi atención en el rincón más lejano de la puerta.

-Kai...-insistió Carla.

Me acerque al objeto que resultó ser un retrato enmarcado de toda la familia que alguna vez hábito la casa: una mujer sentada, de aspecto cansado y un vestido bastante cuidado, llevaba a una bebé en brazos envuelta en una cobija gris; un hombre de pie detrás de ellas, con un traje de época, expresión amable y alegre; y a su derecha de todos, una mujer bastante mayor, pero con aura vivaz, sonría de oreja a oreja, aun cuando sus prendas no lograban esconder algunas de las heridas que vivir en la ciudad Subterránea habían dejado en ella. La familia Arai.

-¿Quiénes son? ¿Los conoces? - pregunto Carla.

Se había acercado por la misma curiosidad que a mi me trajo a este lugar.

-Lo explicaré en casa. - me limite a decir.

Me levante, guarde el retrato en mi chaqueta (donde aún llevaba el reloj y el reciente retrato de Farlan e Isabel). En la mochila del colegio, recordaba, aun llevaba la cámara que me habían dado en mi cumpleaños, pero al pensar en traerla en una segunda ocasión no me pareció correcto fotografiar este lugar, después de todo, solo abriría una herida que aún no había sanado.

Me encamine a la escalera dispuesto a subir para ver los cuartos donde alguna vez vivieron mis padres, pero al poner un pie en el primer escalón este se vino abajo por el peso y la humedad acumulada durante años. El estruendo de las tablas romperse fue tal que creí que caería al sótano (si es que esta casa tenía uno).

-¡¿QUÉ MIERDA HACEN AQUÍ?! - gritaron desde la puerta.

No hace falta mencionar quien era, pues aquella voz era justo de la que nos teníamos que cuidar.

Dymytrie.

Levi's diaryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora