Capítulo XXVI - Una cinta roja

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Capítulo XXVI – Una cinta roja



El señor Lambert, portero de la flamante y distinguida Torre VW, saludó con cordialidad a Emma y sus acompañantes, y dejó a todos ingresar al vestíbulo.

Los pasos del trío los llevaron hacia el ascensor, pero en vez de que viajar hacia el piso 21, el cual Emma ya se encontraba rutinariamente acostumbrada a ir. Su destino fue unos cuantos pisos más arriba en el 24.

Las puertas se deslizaron dando permiso al ingreso de Emma y compañía. A diferencia de lo que ella acostumbraba a ver cuando volvía a su departamento, la estructura interior de este se diferenciaba con creces.

Lo primero que se veía al ingresar era un pasillo extenso, varias puertas y pasadizos a ambos lados, y más allá, al extremo, parecía conectar a una habitación amplia.

La voz de un joven los alertó a «seguir todo recto». Los tres hicieron caso y recorrieron el pasillo a pasos cautelosos, mientras sus ojos, por otro lado, degustaban la excesiva, pero muy prolija decoración en los muros: cuadros y retratos, títulos y galardones, repisas con trofeos, era un poco de lo que se salpicaba en aquel estrecho y vanidoso pasillo.

Al atravesarlo por completo, esta vez fueron recibidos por un despacho de formato oval. Había un escritorio en su centro, como regla general en todos los despachos. Una biblioteca enorme a sus espaldas, con libros que, era casi obvio, que nadie leía jamás, pero que servían de bonito relleno.

El atractivo principal en el despacho era una cabeza de alce colgada en el muro izquierdo. A diferencia de las cabezas convencionales y disecadas, que suelen ser el adorno en todos los despachos. Este se salía del molde, ya que no era una cabeza disecada, per se.

La diferencia era sencilla y agradable a la vista. Estaba hecha, enteramente, de plaquetas de madera, encajadas una sobre otras, como un rompe cabezas en tres dimensiones.

Lo más atractivo del diseño, y lo que provocaba que todos los nuevos invitados —como ellos tres— se quedaran viéndola durante un rato largo, era, sin duda alguna, su luz cálida proyectándose desde algún lugar en el interior de la cabeza.

Alain, por otro lado, ya estaba demasiado acostumbrado a esa cabeza de alce. Él mismo la había fabricado y hasta había llegado a un punto en que le parecía aburrida. El joven cerró la computadora portátil en la que trabajaba y los invitó a tomar asiento. Detrás de sus espaldas, a través de un muro hecho en su totalidad de cristal, podía apreciarse las excelentes vistas nocturnas de la isla.

—¿Desean tomar algo? —preguntó Alain, por cortesía.

—¿Tienes Lemon Champ? —preguntó Marc. Y aunque parecía una de sus bromas, lo dijo en serio.

—Déjate de idioteces —lo reprendió Eva.

Ella no quería perder el tiempo. Estar en este sitio le ponía los nervios de punta por alguna razón.

—Estamos bien, muchas gracias, Alain. Solo venimos a hablar. Será muy breve, lo prometo —dijo Emma.

Todos tomaron asiento en tres de cuatro butacas increíblemente cómodas.

—Debo admitir que me sorprendió cuando Lambert me dijo que quería subir —abrió la conversación el joven empresario—. Y siendo honesto, no tengo ni idea de a lo que vienes. —Sonrió para Emma, y luego se dirigió a los demás—. Así que, por favor, siéntanse libres de comenzar. El suspenso no es bueno para mi corazón.

Emma fue la única en sonreír.

—Bien, Torres. Yo empiezo... —dijo Eva a secas. En su mente pensaba agradecerle por concederle «tiempo», pero finalmente no quiso hacerlo.

A-Normal 2: Rompiendo el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora