Capítulo XXXVII - Disfrutar cada segundo

63 9 1
                                    


Capítulo XXXVII – Disfrutar cada segundo


La sensación de libertad es algo que la mayoría de las personas asumen como derecho natural, pero cuando se te es privado de esa libertad y piensas que la escapatoria es casi inexistente, ese momento diminuto, ese preciso segundo de liberación, en dónde vuelves a recuperarla... es la sensación más gratificante en todo el mundo.

Zoey sintió eso cuando sus manos por fin volvían a la línea de su visión, temblorosas, ensangrentadas, y una de ellas, con el hueso desplazado, pero libres.

Para lo siguiente tuvo que ser veloz. De momento, todo el dolor en su mano parecía haberse esfumado, pero el ángulo en que tenía su dedo pulgar no era, para nada, normal.

Tenía que acomodarlo cuanto antes. Mordió su brazo a propósito para aguantar el inminente torrente de dolor que sentiría, y con un movimiento veloz, como si tuviese que quitarse una bendita... o millones de ellas a la vez, volvió su dedo pulgar a su lugar.

La sensación fue extraña, desagradable; sin embargo, le había resultado mucho más sencillo de conseguir de lo que había previsto. Aun así, no se privó de la mordida feroz que le echó a su brazo. Encontró un pañuelo cercano al cuerpo de Emily, lo usó para ajustarlo a su mano herida.

Y entonces la puerta se abrió.

Zoey se colocó de pie, se tomó su momento, dio unos pasos hacia el fondo de la habitación y con su mano sana, aquella que todavía tenía las esposas colgando de su muñeca, tomó aquella piedra puntiaguda «imposible» de alcanzar hace tan solo unos segundos.

Se volteó con una sonrisa en el rostro, una incluso más sádica que la de Eva, mientras jugaba a arrojar y atrapar la roca con su mano. Realmente disfrutaba de su libertad y no tenía intenciones de volver a perderla.

—Rata... escurridiza —dijo Eva, tomando el martillo que había colgado en la repisa. Avanzó unos pasos—. ¿Cómo mierda te escapaste?

Echó un vistazo a Emma.

—De ella lo esperaba. Ella es la especial —dijo volviendo la mirada a la morocha—. ¿Pero tú? Ya me cansaste. Puedo conseguirme otro chivo expiatorio. —Su brazo descendió, y el martillo de maza con él, buscando una posición de ataque—. Estuve esperando mucho tiempo para hacer esto...

Emma, a diferencia de ella, no esperó a la oportunidad. Ya la tenía justo a su lado, era ahora o nunca, se inclinó, flexionó su rodilla y apuntó una patada directa en la pierna de Eva.

Para Zoey, esa fracción de segundo fue un regalo que no iba a desaprovechar. Avanzó rauda, como una leona enfurecida, presionó la roca con todas sus fuerzas, y buscó el golpe directo a la cabeza.

Pero Eva no era ninguna tonta. Uso el martillo para contraatacar un golpe en curva hacia arriba y destrozó por completo la roca. La mano de Zoey resultó herida en el proceso y no pudo evitar echar un insulto.

Intentó recomponerse, pero Eva se le abalanzó al siguiente segundo. Sintió el peso de la chica ejerciendo presión y empujándola hacia atrás; sus pies perdían el equilibrio y buscaban recuperarlo a cada pisada que daba, hasta que su espalda sintió un impacto que la llevó a caer sobre la pila de escombros del rincón. La bicicleta se desparramó junto con la cortadora de césped y una lata de desodorante empezó a girar como loca por las cercanías.

En completa desventaja, y sin poder salir de ahí, Eva aprovechó su momento, levantó el martilló, y...

—¡Esquiva a la derecha! ¡Ya! —gritó Emma.

A-Normal 2: Rompiendo el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora