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Removió la cucharilla dentro de su vaso de cristal para que el azúcar se mezclase con el cálido café con leche. Estaba nervioso y no sabía el porqué si ya había hecho esto antes. Cuidar de un niño no era tarea complicada cuando ya estabas afianzado a ello, pero la idea de que alguien por la noche le llamase en el trabajo con necesidad le transmitía cierta inquietud.

Miró el reloj que colgaba de la pared de su pequeño y humilde piso impaciente por la llegada del coche que vendría a recogerle. Suspiró y se tomó el cortado tratando de disipar sus nervios. «Vegeta, esto lo has hecho muchas veces. Es un niño más al que tienes que cuidar, por Dios» se dijo a sí mismo al experimentar el sabor dulce del café con leche.

-Ya sé que lo he hecho antes pero... me asusta que todo sea tan misterioso -dijo en voz alta para él mismo-. Ni siquiera sé el nombre del niño ni a dónde voy.

Caminó hasta el sofá y se sentó con las piernas cruzadas sobre él. Suspiró de nuevo y, entre sus manos, apreció el calorcito que desprendía el vaso de cristal entre ellas. Miró su vestimenta y esperó que con ella causase buena impresión, ya que sólo traía puesto una camiseta de manga corta color burdeos y unos pantalones vaqueros desgastados de color negro (además de su ropa interior, claro está).

Sacudió levemente el vaso para que el azúcar que se había quedado en el fondo se hundiese de nuevo en el café con leche, impidiendo así que el sabor agrio del café le amargase. Antes de dar el último sorbo, un claxon sonó a las afueras alertando al moreno de que ya habían llegado a por él.

-Vaya... -Divisó el reloj-, sí que son puntuales.

Habían quedado por recogerle a las ocho en punto de la mañana, y dicho y hecho. Ni un minuto antes ni un minuto después. Se mordió el labio y se levantó de la cama con los nervios metidos en el cuerpo. Caminó hasta la cocina y en el fregadero dejó el vaso de cristal desprovisto líquido canelo azucarado. Luego en la entrada se puso los zapatos más cómodos que tenía y se abrigó lo suficiente para no morir congelado en el trayecto.

Guardó su móvil en el bolsillo trasero de su pantalón y bajó las escaleras del bloque con avidez para no alarmar al chófer. Revisando que lo tuviese todo encima, Vegeta llegó a la salida y abrió la puerta para encontrarse con un enorme coche negro que era custodiado por un vigoroso hombre de pelo largo engominado hasta la nuca.

-Buenos días, señor -saludó el hombre con sus manos detrás de su espalda.

Vestía de negro, como el típico chófer de películas, y portaba unas gafas de sol enganchadas en el bolsillo superior de su pectoral derecho.

-B-Buenos días -respondió Vegeta con timidez-. ¿Es usted el que me llamó anoche?

-No, he sido yo -dijo una vocecita menos grave que salió de detrás del chófer.

Katayude se posicionó delante de Vegeta, quedando a centímetros de distancia y en una altura poco dispar. Extendió su mano y agarró la del joven moreno con afán, pero éste se quedó perplejo sin saber qué hacer salvo seguir el saludo.

-Me presento, soy Tamagorō Katayude, encantado de conocerle.

-Lo mismo digo... -Musitó el peli-flama sin salir de su asombro-. Y-Yo soy...

-Ōji Vegeta, lo sé. Muchas gracias por atender a mi llamada anoche -agradeció el de ojos azules-. De igual manera, disculpa que te llamase en horario de trabajo.

-No es nada, despreocúpese.

-Bueno, no hay tiempo que perder. Vamos, suba al coche.

-S-Sí... -Dijo en bajo el moreno pasando por al lado del larguirucho de gafas y el mastodonte que tenía por chófer.

Heal Me [Kakavege Fanfic]EN HIATUSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora