Diario de una pasión en verano

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—Bien, no nos fue tan mal como pensé.

—¡Eres un imbécil!—me incliné en mi asiento,tomé pulso y...

—¡Auch!—se quejó James sobando su cabeza.

Nos pusieron una jodida multa y por poco nos encarcelan, hijo de...

—Para que se te quite lo imbécil.

(...)

Me levanté de golpe al escuchar el sonido del claxon retumbar fuerte en mis oídos.

—¡Llegamos, llegamos!— anunció James en un canturreo.

—Mamá debió haber tomado ácido fólico contigo...—murmuré entre dientes.

—¡Te escuché!

—¡Me vale!—fruncí mi nariz—¿Qué es esto?—pregunté cuando vi una tipo fiesta abarcando las calles, estorbándonos el paso.

—Un carnaval...—respondió James no muy seguro.

—¿Cómo no vas a saber? Tú vives aquí.—Johnson habló.

James inclinó un poco su cabeza como si estuviera pensando. ¿James pensando? Ja, pidan un deseo

—¡Oh claro!—exclamó—. ¡Es el festival que hacen todos los años!—respondió entusiasmado al recordarlo.

—¿Cómo avanzaremos?—pregunté al ver que era cada vez menos posible conducir hasta a el departamento.

—Tendremos que parar.—respondió James.

Bajamos a regañadientes del coche no sin antes haberlo estacionado.

—¡Estoy cansada!—chillé—. James, cárgame.—brinqué a sus brazos.

—¿Me ves cara de tu criado o algo parecido?, ¿sí?porque yo no, ¡quítate!—me tiró al suelo sin importarle mi bendita seguridad, pero ya verá le diré a... mierda, no tengo con quién acusarlo.

Maldito soltero.

Oh, debería buscarle una novia pronto antes de que... no esté.

Gruñí molesta.

—Oh pero que descuidado soy, no debo tirar basura a la calle.—sonrió engreído y me cargó de nuevo—. Ten Shawn, toda tuya.—me pasó a los brazos de Shawn.

Shawn me tomó y miró nervioso a Hayes.

—Se te ve mejor a ti, Hayes.—dijo nervioso y me pasó a los brazos de Hayes quién lo fulminaba con la mirada.

Me llevan de brazos en brazos... ¡¿quién creen que soy?! Aceptaré que me carguen pero de muy mala gana.

—Así me gusta, Shawn.—sonrió.

—Ahora te toca cargarme tú, ¿sabes?

—Agh,  Ayleen.—se quejó.

—Ah entonces me voy con Shawn.—hice ademán de bajar de sus brazos.

—¡No, no!—negó—z Te cargaré, está bien.—dijo entre dientes.

—Así me gusta, Hayes.—lo imité.

—¡Hola!—nos sorprendió una señora saliendo de la nada a mitad de camino.

—Ahm... ¿hola?—dije con el ceño fruncido, recostándome más en Hayes.

—¿Cómo está...?

—¿Qué quiere?—la cortó Matthew, tan respetuoso como siempre.

Cuando ya no este ; Hayes GrierDonde viven las historias. Descúbrelo ahora