-Parte única-

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Noche de cielo oscuro y sin embargo clara. A través del ventanal, una lámina vítrea que abarcaba perfectamente el ochenta y cinco por ciento de la pared, el manto negro nocturno como una cúpula salpicada de pequeños puntos brillantes y a sus pies, con colores azafranados, naranjas y amarillos, las luces titilantes de un dormido Barcelona.

Shidou se mantuvo observando cómo una ligera cantidad de luz llegaba desde el exterior iluminando parcialmente el alféizar de la ventana y se estiraba perezosa como cualquiera en la madrugada hasta el punto justo sobre la cama, permitiéndole recortar con un hilo pálido la silueta desnuda de Sae recostada a su lado. Se mordisqueó la uña del pulgar, pensativo.

¿Cuántas veces había dormido Sae a su lado? ¿Cuánto tiempo llevaban descansando en la misma cama bajo el mismo cielo de la noche enmarcado en aquella ventana?

Veces, muchas. Al punto de perder la cuenta.

Tiempo, bastante. Un par de años suficientes como para conocerse las mañas y los olores al dormir, pero no el número necesario para mirar hacia atrás y encontrar una vida, es decir, muchos, muchísimos, tantos como para que fueran por siempre.

Porque Shidou de verdad aspiraba a ello, al por siempre, a arrugarse juntos y sufrir sus males difíciles de contar con los dedos, los físicos y los del alma. Porque a pesar de que lo suyo con Sae había iniciado de una forma un poco caótica e impulsiva, con el tiempo había tomado una forma menos volátil. La química entre ellos y la atracción innegable y abrumadora ‒para ellos y para el resto‒ se había mantenido en ámbitos de sus vidas más allá del fútbol y la cama hasta que finalmente habían echado raíces el uno en el otro.

Frente a él Sae se removió, un ligero sobresalto y una seguidilla de respiraciones entrecortadas para luego acompasarla y continuar plácidamente dormido. Shidou sonrió.

Eran un par de años que él esperaba que fuesen todos los años que le durara la vida.

Estiró el brazo remolón entre la oscuridad en dirección a Sae y deslizó la yema de los dedos por la curva de su hombro, hacia abajo, resbalando manso por el brazo y el hueso del codo hasta la cintura, perfilando el relieve de las costillas al compás de su respiración.

¿Pensaría Sae lo mismo? ¿Pensaría tanto como él en despertar mañana juntos y todas las demás mañanas? ¿Habría Sae sentido picarle con agua salada el borde de los ojos al pensarlo alguna vez?

Sae se removió bajo su toque, también la musculatura en su torso lo hizo, allí en donde los dedos de Shidou le habían cosquilleado. El moreno solo se hundió más en la almohada con una sonrisa creciéndole en el rostro.

‒Deja.

El pelirrojo habló bajo y arrastrado, con la garganta aún dormida. Shidou torció la boca en la oscuridad y dejó salir una risa baja y gutural. Por todo caso a la petición claramente molesta de Sae, Ryusei le ahuecó la mano en la curva de la cintura y comenzó a trazar medias lunas con el pulgar. Sae suspiró cansino.

‒Dije que me dejes‒ Shidou no se detuvo ante su garganta agarrotada y su tinte de molestia, mantuvo la cabeza hundida en la almohada y continuó masajeando lentamente con el pulgar, tentando al destino al haber perturbado el sueño de Sae y ahora haciéndole frente a su petición, Sae Itoshi con sueño es algo realmente peligroso para cualquiera.

Sae volteó, dándole un manotazo para que le quitase la mano de encima y Shidou rió alejando la mano.

Se mantuvieron en silencio, flotando entre ellos el sonido de sus respiraciones y algún vehículo rodando en la lejanía. Permanecieron mirándose en la penumbra, ninguno podía ver a ciencia cierta entre las sombras, sin embargo, lo sabían, podían sentirlo, podían sentirse. Sae la mirada rosa y brillante de Shidou clavada en sus ojos y Shidou el turquesa duro y afilado del iris de Sae rasgando entre la obscuridad hasta él.

Summer nightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora