Capítulo I

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La pantalla de su tablet se mantenía estática frente a sus ojos, tanto o igual que él

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La pantalla de su tablet se mantenía estática frente a sus ojos, tanto o igual que él. Hace un rato que la traía consigo para verificar algunas historias clínicas, pero estaba exhausto, demasiado como para que se le olvidara por completo el por qué tenía el dispositivo en las manos desde un principio.

El agotamiento era el estado que predominaba en su vida al empezar la pandemia y el que perduraba, tiempo después de que terminara. Vivía sus días en estrés continuó, trabajando bajo presión, en horarios inhumanos y sus noches, bueno, digamos que eran peores; sin embargo, no se quejaba. Ser doctor era uno de los oficios más difíciles de ejercer, pero no lo cambiaría por nada del mundo, sin importar cuan largos sean sus turnos o cuantas horas de sueño viera pérdidas, su trabajo era su vida.

—¿Café? —le preguntó una enfermera mientras se servía una taza. No se percató cuando llegó a su lado, ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba allí.

—No, gracias, ya tomé unas cuantas tazas.

—¿Seguro?, si no me equivoco, los del siguiente turno tardaran en llegar por la nevada y no se ve muy alerta... —dejó la tablet en la mesa frente a él y restregó sus ojos con ambas manos. No podía permitirse beber otra taza de café, ya había superado su cuota diaria de cafeína, así que solo vio a la enfermera con una sonrisa cansada.

—Estoy seguro, no se preocupe, estaré lo suficiente alerta cuando me necesiten —rezó en su interior para que eso no ocurriera—, ¿su nombre es?

—Pamela Silva, doctor..., ¿Andreas? —la joven entrecerró los ojos intentando leer mejor la placa en su pecho.

—Andrew, Andrew Barbieri o mejor, solo Barbieri —respondió encogiéndose de hombros.

—¿Italiano? —Andreas hizo una mueca, no se avergonzaba de sus raíces, ni mucho menos de su nacionalidad, pero no era de los que disfrutasen la atención de la gente por su curioso nombre o apellido.

—Así es —tomó la tablet y fingió hacer lo que desde un principio debía estar haciendo.

—Lo sabía, reconocería el acento en cualquier lugar —Pamela se apoyó en la mesa con ambas manos y con una gran sonrisa en el rostro, sus pestañas aleteaban con coquetería, mientras su posición hacía que su pecho, que de por sí, ya era algo voluptuoso, resaltase aún más—. ¿Me diría algo en italiano?, me encanta el idioma.

Andreas apretó la mandíbula, a diferencia de otros doctores, él tenía sumo respeto por las enfermeras; su madre había sido una de las mejores y conocía de primera mano que su trabajo podía ser igual o incluso, más difícil que el de un doctor. Es por ello que le molestaba cuando alguna de ellas intentaba insinuársele de esa manera tan indiscreta, en vez de darse el lugar que de verdad merecía.

—Pamela Silva, ¿no? —la aludida asintió con una sonrisa—. Lo menos que quiero es ser grosero señorita Silva, pero si me disculpa, tengo rondas que hacer —la enfermera se encogió de hombros, esfumando la sonrisa de su rostro cuando Andreas le pasó por un lado. Odiaba mentir, sin embargo, era lo que le tocaba hacer cuando quería alejarse de ese tipo de mujeres sin herir sus sentimientos ni entrar en dilemas.

El ocaso entre nosotros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora