—¿Qué eres?... ¿Qué eres?
Una voz vibraba en los adentros de mi mente, como un susurro apresurado y curioso, alterando mis sentidos o inclusive, privandome de ellos.
—¿Quién eres?, ¿Quién eres?
La voz se repetía una vez más, esta vez sin dejar un pausa, dejándome en una intriga que no podía satisfacer y que en parte, no quería satisfacer. Pero algo me sucedía y yo no podía entenderlo, por más que intentaba comprenderlo, se me escapaba de mis sentidos, no me dejaba responder de ningúna manera sensorial posible, y una vez más el susurro apresurado volvía.
—¿Cómo eres?, ¿Cómo eres?
La voz volvía a molestarme, yo no podía apartarla, alejarla, taparme los oídos o minimizarla, mucho menos desvanecerla y encontrar paz. Me empezaba a hostigar... De hecho, ya estaba hostigado.
—¿Por qué eres?, ¿Por qué eres?
No sabía que me molestaba más, si las preguntas extrañas que me empezaban a perturbar y a cuyo tono siniestro mi miedo reaccionaba, o que sentía la pregunta incompleta.
—¿Qué eres tú?, ¿Por qué sigues preguntando cosas?, ¿Para qué lo haces? —dije sin más, ya harto de este juego estúpido pero sin alterar mi estado límbico.
Me sobrevino un silencio, como si algo se avecinara, como cuando haces molestar a algo o alguien con mucho más poder que tú y que sólo espera para responder con toda su autoridad. Pues en este caso, me hallaba a merced de esa voz tan insistente. También me percataba que en verdad no había producido sonidos, y con un pensamiento había hecho tales interrogaciones.
—Así no se responde, así no se pregunta. Volvamos a intentar.
Una voz diferente, menos siniestra, más autoritaria y algo enfadada pero sin un tono alzado me regañaba (o al menos así sentí sus intenciones).
—¿Para qué eres?, ¿Pará que eres?
El susurró veloz volvía. Misma velocidad, misma insistencia, mismo tono y un mismo objetivo, el cual yo desconocía.
No supe cuántas veces repitió las preguntas, yo seguía tratando de escapar, pero me era imposible; no oía, no veía, no hablaba, no tocaba, no degustaba... En conclusión, no sentía (una contradicción a mi postura sobre la segunda voz, pero así era). Entendí que me habían arrebatado los sentidos, pero todavía estaban presentes en una manera muchísimo más reducida, al punto de poder decir (en este caso pensar) que no estaban, y que mi mente y mis pensamientos eran los único que me podían sacar de eso.La voz rebobinaba infinidad de veces, repetía las mismas preguntas, en un mismo orden, y siempre con las mismas características en su tono. No era impaciente, sabía que en mi posición tarde o temprano tendría que pensar las respuestas, tendría que sucumbir a su capricho repetitivo... A lo cual, si esa cosa realmente puede pensar, tuvo toda la razón.
—¿Qué eres?, ¿Qué eres? —volvía insistentemente el susurró.
—Soy una persona —contesté de mala gana, solo para responder y esperar algún cambio.
Hubo una larga, pausa, como si aquella voz me hubiese entendido y estuviese procesando o evaluando mi respuesta. Pero eso no la detuvo a proseguir:
—¿Quién eres?, ¿Quién eres?
—No lo sé —me tomé una pausa, no quería que la otra voz volviera y me hiciera repetir el proceso—, soy...
No pude pensar mi nombre, no pude traerlo como un pensamiento ni manifestarselo a la voz que no dudó en seguir. Cosa a lo que la voz no prestó nada de atención para continuar con su diligencia.
—¿Cómo eres?, ¿Cómo eres?
—Alto... —me tomaba una pausa— delgado, ¿Listo?, ¿Pensativo? —Un dolor de cabeza me atacó —¿Acaso puedo describirme por mi cuenta?
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18 segundos
Ficción GeneralUn jóven a punto de cumplir los 18 comprende que su vida no apunta a ningún lado y cuando las ideas de su existencia empiezan a tornarse borrosas y sin sentido, comienza a tener sueños que develan un secreto muy enterrado y siniestro de su pasado...