Capítulo 17 - El almacén

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Semana 4

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Semana 4.

Uno: mi desafortunado chiste acerca de su rodilla no le gustó un pelo. Realmente, ¿a quién se le ocurre bromear con eso? Siendo Alexia como es... Intentó no mostrarse molesta, pero realmente la enfadó mucho y decidió marcharse. Aún se siente resentida.

Dos: la hice limpiar y colocar todas mis tonterías cuando ella intentaba pasar un rato conmigo para que me sintiera integrada. En lugar de ser agradable con ella, quise realmente darle una sesión psicológica a cambio, cuando claramente no iba en serio.

Tres: se ha arrepentido de ofrecerme el puesto. Esperaba algo de mí que no he cumplido. Empezó a contarme sus cosas, hizo un esfuerzo confiando en que lo haría bien y fui un desastre.

Uno, dos o tres.

Uno, dos o tres.

En estas últimas semanas había visto ya más de dos veces a cada una de las jugadoras del equipo. Fue extraño llegar a conocerlas a un plano mucho más personal, hacer fichas sobre sus distintas situaciones sentimentales o algunos miedos que traían con ellas. Se las veía personas tan enteras y fuertes, que verle los puntos débiles a todas ellas te hacía sentir pequeña.

Había visto a Alexia dos veces más. En la última semana había rechazado la cita. La primera vez, había empezado bien. A ella se la veía más calmada y con ganas de hablar, pero según los minutos pasaban volvía a mostrarse más distante, como si estuviera enfadada y no pudiera aguantarlo más. La segunda, fue así desde el primer momento. Apenas pude rellenar con ella los datos vitales que las demás me habían proporcionado fácilmente, entendiendo que parte de mi labor era conocer aquellas cosas de ellas.

—Gracias, Claudia. Nos vemos la semana que viene entonces —Me despedí.

Claudia cerró la puerta tras de sí lo suficientemente lento como para ver pasar a la rubia dirección a la zona de gimnasio con una botella de agua y una toalla.

Me quité la bata y la dejé sobre la silla. No tenía más citas hoy, por lo que me tomé la libertad de abandonar la oficina unos minutos antes e ir detrás de Alexia. Caminó sin percatarse de que la seguía por un par de pasillos y yo apuré todo lo posible el paso para poder alcanzarla sin llamarla.

Mis dedos rozaron su hombro cuando estaba a punto de alcanzar la puerta. Sus ojos se posaron en los míos muy sorprendidos. A continuación y como si fuera alguna especie de autocorrección, irguió su postura y relajó los párpados, dedicándome como tantas otras veces una mirada indiferente.

—¿Querías algo? —Me preguntó.

—La verdad es que sí —La tomé del brazo, enfadada. Ella me miró de arriba a abajo, con una ceja levantada—. ¿Cuál es tu problema?

—¿Mi problema?

Apreté los puños. La inseguridad con la que me había acercado a ella se había transformado en ira. Quizás la había cagado en alguna cosa, pero ¿esta actitud?

Sería capaz de renunciar a todo - Alexia PutellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora