La bastarda roja ||Versión Black.

Capítulo 34.-Instintos.-

Narrador omnisciente.

Los sueños de Aemond se remontaban a ese fatídico día. Los gritos asustados de Viserya, los pedidos de Luke, implorando que la dejara irse. Sabía que su peor error fue entregar a su prima con su abuelo, creyó que eso atraería nuevamente a Alyrya, pensó que su abuelo no le haría daño, pero, dioses. En el momento en que oyó a sir Criston golpearla para saber sobre su madre, supo que había cometido el mayor error luego de Luke. Ahora, el hijo de su hermana había pagado el precio, un hijo por un hijo, según escuchó. Entonces supo que los hijos que Alyrya portaba en su vientre, no estaban a salvo. Supo, que había cometido un error del que ya no podía volver. Supo, que nada pararía a su tía de acabar con ellos.

Entonces momentos luego de haber visitado Dragonstone en la noche, simplemente para verla y pedirle irse con él, cuando ella lo rechazó, supo que perdió toda oportunidad de ser feliz. Aemond nunca se había sentido augusto, siempre teniendo que proteger a su familia, por una vez, una persona se había interesado en él. Alyrya. Ella mostraba amor hacia él. Cuidándolo, inculcandole el estudio, el amor por la filosofía y la historia. Por una vez, se había sentido amado, protegido y a salvo, se arrepiente de haber hecho todo de este modo. Perseguir a Lucerys y a Viserya para atemorizarlos. Su error fue seguir sus propios instintos asesinos, los instintos que había jurado que se habían ido cuando se convirtió en el hombre que se juró ser para Alyrya, aunque en el fondo supiera que ella nunca iba a dejar de amar a Aelor. Él lo intentó. Y ahora, estaba enfrentado a la mujer que amaba y madre de sus hijos. Por seguir sus instintos. Toda esperanza de poder formar una familia con Alyrya se rompió junto al cuello de Viserya.

Alyrya se despertó sobresaltada en la madrugada, su cuerpo sudaba como si se hubiese metido al océano. Suspira, tomándose la frente que estaba con gotas de sudor frío, una pesadilla se había presentado. El cadáver de su hija le hablaba en sus sueños. Pidiendo, rogando por su ayuda. El fantasma de la princesa Viserya Targaryen la atormentaba. Sostiene su incontrolable llanto por su niña muerta. Su primer hija.

-Vis.-Suspira respirando agitada.-Vis.-La llama, como si la joven pelirroja fuese a entrar por la puerta diciéndole "Mami" como solía hacerlo.

Se sentía sola. Rodeada de enemigos.

Pasa el resto de la lúgubre noche, sola. En soledad completa. Con sus propios pensamientos autodestructivos. Extrañaba a su familia. Viserys, Aelor, su esposo amado.
No importaba cuanto la había herido, sabía que no era por su propia voluntad, esperaba con muchas ansias que estuviese en perfectas condiciones. Lo seguiría amando aunque le faltase un brazo o estuviese desfigurado. Sólo quería volver a sentirse segura como solía hacerlo durante veinte años con él. Sintiendo su presencia. No se sentía segura con Daemon, Rhaenyra estaba perdiendo la razón. Ella no fue criada para la guerra, era una niña mimada, e inexperta que vivió en paz mientras ella y Daemon luchaban en las guerras para proteger la paz de Viserys.

Se sentía asustada de pensar en perder a su familia por la guerra. Rhaenyra, Daemon y sus sobrinos, hijos de ellos, eran su familia. Según la profesia de la bruja, sólo ella quedaría en pie y eso la aterraba. ¿Estar sola? No. Era su peor temor, ver morir a las personas que amaba.

El sol se coló por su ventana a la primer hora de la mañana, sabía que era un día importante por lo que se levantó dándose falsas esperanzas. Los verdes no entregarían el trono con facilidad. Luego de hacer su ritual de vestimenta y aseo, decide salir dando un respiro largo encontrandose con que sir Christopher estaba en su puerta, custodiandola.

-Sir.-Lo saluda mientras emprende camino.

El olor podrido infestaba el castillo como una plaga. Viserya finalmente se había pudrido, pero nisiquiera eso pudo detenerla.