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Había algo muy extraño en la niña, Katsuki lo sabía. Un par de veces la pequeña se soltaba del brazo de Izuku mientras caminaban por el pueblo, corría hasta una casa y dejaba una flor, luego misteriosamente, alguien en ese hogar enfermó o murió. Además, Eri le había hablado sobre su enojo al ver cómo maltrataban a su mamá en la iglesia, o como esos españoles a veces la hacían llorar, entonces curiosamente esas personas terminaban envueltos en terribles accidentes; a alguna mujer el vestido se le incendiaba, a algún soldado su propio caballo le pasaba por encima, lo sabía, algo extraño sucedía con esa niña.

Llevaba unos días dándole vueltas a ese asunto de Eri, sin embargo, había otra cosa que le molestaba, y de la cual no podía seguir huyendo.

Ese como muchos domingos anteriores, se encontraba sentado en la mesa de la cocina, Eri estaba frente a él, hojeando un libro que pertenecía a su mamá. Y el amor de su vida, estaba cocinando frente al anafre. Ese era el momento justo para preguntar.

—Amor —la llamó.

Izuku lo miró, haciéndole saber que lo escuchaba.

—No voy a preguntar cómo lo conseguiste, lo que me preocupa es ¿cuánto dinero diste como fianza para sacarme?, te lo pagaré, no importa cuanto tarde…

—Kacchan, eso no es necesario —respondió ella con temor—. Lo guardaba para emergencias, no tienes que pagarme…

—Nunca has sido buena mintiendo —dijo un poco irritado—. No me enojaré, solo dime la verdad.

—Esa es la verdad —respondió ella, limpiando sus manos contra su delantal, estaba nerviosa, Katsuki lo sabía.

Y al parecer, también Eri lo sabía. La pequeña clavó una mirada seria en su padre, el rubio supo que debía ser cuidadoso con sus palabras, pues por el rabillo del ojo, pudo ver uno de los cuchillos que Izuku estaba usando sacudirse levemente, fue solo un presentimiento, uno que le decía que alguien podría salir lastimado.

—¿Planeabas comprar algo Izuku? —preguntó de nuevo, suavizando su tono.

Izuku negó con la cabeza.

—Mamá a veces se queda parada frente a la tienda del sastre —interrumpió Eri—, se queda viendo los vestidos.

—¡Eri! —la llamó Izuku—, no digas esas cosas, papá y yo estamos hablando.

—Pero es la verdad…

Katsuki se puso de pie, para acercarse a Izuku y ayudarla a servir el desayuno. La alejó de las llamas y enfrentó a su esposa.

—¿Querías comprarte un vestido, amor? —habló con suavidad.

Izuku se ruborizó, desviando su mirada.

—Sé que es muy egoísta de mi parte Kacchan, no quiero que pienses que me volví vanidosa —murmuró ocultando su rostro—. Pero es que… —se interrumpió, guardando silencio.

—Sabes que conmigo no tienes que esconder nada, vamos, mírame —le pidió—. Es que… ¿qué?

—Las niñas españolas siempre están murmurando sobre mis vestidos remendados y yo… solo por una vez quería uno nuevo —habló con rapidez, con la voz cada vez más temblorosa— Perdóname, no te dije lo de los pagos de la iglesia, soy una egoísta —esta vez, no pudo detener sus lágrimas que salieron a cántaros.

—Shh, no eres egoísta amor —arrulló Katsuki, envolviendo a su esposa en un cálido abrazo—. Yo soy el que ha sido injusto contigo, perdóname Izuku, no me di cuenta de que algo como esto te molestaba.

No podía regresar el dinero perdido, pero buscaría la forma de darle a Izuku ese vestido nuevo que tanto quería, aunque tuviese que buscar un trabajo extra. No importaba cómo, pero lograría que su esposa luciera un hermoso vestido nuevo en el gran festival de día de muertos. Mil opciones pasaron por su cabeza, y estaba cada vez más seguro, pues las lágrimas de su adoración salían descontroladas y empaparon su camisa, odiaba verla llorar, odiaba verla sufrir.

Llorona (KatsuDeku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora