Era la víspera de la gran celebración del día de muertos, hombres y mujeres iban y venían por la calle principal, trayendo y llevando flores y demás.
Todos estaban ocupados, a pesar de eso, en el gran comedor de la iglesia, el general y sus soldados disfrutaban de una comida preparada especialmente para ellos, como agradecimiento por sus labores, cortesía del presidente municipal.
Mientras a la mesa los soldados comían y bebían, las mujeres que ayudaban ahí iban del comedor a la cocina y de regreso, llevando tortillas en coloridas servilletas, sirviendo más platos para quienes recién ocupaban sus puestos, o llevando más mezcal o pulque.
En medio de las animadas conversaciones de los hombres, Izuku apareció por primera vez en el comedor, llevando en sus manos la segunda ración del general Posada, manteniendo su amable sonrisa, dejó el plato en la mesa, le sirvió al hombre un poco más de mezcal y se marchó sonriendo, llevándose con ella todas las miradas y suspiros de anhelo de quienes se hallaban en la mesa.
Los jóvenes soldados retomaron la jovial reunión, pero, el general mantuvo fija la mirada en la puerta por la que había desaparecido la mujer que lo tenía cautivado, sin darse cuenta del momento en el que Teresa se sentó frente a él, cansada de ver a su padre suspirando por la atención de un simple campesina.
—¿También tú caíste en los embustes de esa bruja? —preguntó con frialdad.
—Ella no es una bruja —rebatió el general, mirando a su hija con recelo.
Teresa bajó la cabeza, mirando el blanco mantel de la mesa, sus ojos negros no ocultaban ni un poco la tristeza que la invadia, el temblor de sus labios delataba sus ganas de llorar.
—Mientras tu estas aquí, suspirando por ella, Katsuki ni siquiera me mira, quizás, ni siquiera ha notado que existo —se lamentó.
—No va a dejarla por ti, solo un verdadero idiota la dejaría ir…
—¡¿Ni siquiera porque soy tu hija?!, ¡cuanto daño te ha hecho esa maldita mujer! —gritó Teresa, incapaz de contener sus lágrimas. Se levantó de la mesa y comenzó su camino hacia los jardines, tan lejos de su padre como pudiera.
No se levantó porque estuviera preocupado, ni por temer el mal que le harían los berrinches de su hija; se levantó por las miradas de preocupación que le dirigieron sus soldados, y en especial, por esa mirada de incertidumbre sembrada en unos ojos verdes que asomaron por la puerta de la cocina. No quería darle una mala impresión a ella, por eso se levantó de su sitio, y corrió tras su hija.
En el umbral de los jardines, el general sujetó la muñeca de Teresa y la obligó a enfrentarlo, sujetándola entre sus brazos para apaciguar sus lágrimas. Ella lloró amargamente, en silencio.
—Si la haces nuestra criada, puedes hacer lo que quieras con ella, yo me ocuparé de mamá —murmuró Teresa—, pero ayúdame a que él se case conmigo.
—Me estás pidiendo que los separe por la fuerza… —suspiró el general.
—Son extranjeros… las monjas dicen que no están casados ante la iglesia…eres amigo del gobernador, algo podrás hacer… —susurró— Por favor, vas a tenerla solo para ti, ¿no es eso lo que quieres? —insistió mirándolo a los ojos.
El general le devolvió una mirada perdida, no comprendía lo que implicaban las peticiones de su hija, no pensó en las consecuencias de separarlos, ni en el dolor que le causaría a la pequeña Eri, lo único que pasó por su mente, fue la idea de estrechar entre sus brazos a esa bella mujer extranjera, y eso fue todo lo que necesitó para tomar una decisión.
[...]
Aquella noche, el viaje de regreso a su hogar se sintió diferente, como si la felicidad en el corazón de Eri se hubiera apagado. La pequeña no había reído en todo el día, ni contaba ninguna historia de lo que sucedió esa tarde. Viajó en silencio, acurrucada en los brazos de su mamá, ni siquiera miraba el camino como solía hacerlo.
Apenas bajó del caballo, la pequeña corrió hasta la habitación donde dormían, y se metió entre las mantas. Izuku quiso correr tras ella, fue detenida por una mano que sujetó la suya, Katsuki le pidió sin palabras que lo dejara ser él quien buscará a la pequeña, y así lo hizo. Mientras Izuku se concentraba en sus labores en la cocina, Katsuki fue en busca de la pequeña Eri.
Al cabo de un rato, mientras esperaba que su arroz hirviera un poco, el carraspeo de Katsuki la hizo darse la vuelta, para estar frente a los dos amores de su vida: su esposo que la miraba sonriendo discretamente, y su pequeña que aún le ocultaba su mirada.
—Están muy sospechosos, ¿qué están tramando? —les preguntó.
—Eri tiene algo importante que decirte —habló Katsuki.
Izuku miró a la pequeña, quien al fin levantó su mirada entristecida, eso hirió el corazón de Izuku, quizás la pequeña tenía un problema y ella no lo había notado.
—No es tan bonito como el que te regalaron antes, pero lo conseguimos con mucho amor —murmuró Eri.
La confusión aumentó en ella, no tenía idea de lo que hablaba su pequeña, hasta que Katsuki mostró sus manos, que había mantenido ocultas en su espalda. Extendió frente a ella un hermoso vestido blanco, largo y con muchos olanes, con un ligero escote que dejaba al descubierto los hombros.
—No es un caro vestido traído de España, pero fue hecho especialmente para ti —continuó Katsuki—, espero que puedas usarlo mañana.
Ella cubrió su boca con sus manos, conteniendo un grito de emoción. No necesitaba adornarse con telas caras, ni siquiera planeaba usar el vestido de Teresa, pero saber que aquellos a los que más quería hicieron algo tan bello por ella, la llenó de emoción, tanto, que a pesar de intentarlo, no pudo contener las lágrimas de felicidad que corrieron por sus mejillas. Corrió a los brazos de Katsuki, y cargó a su pequeña para abrazarla también. Entonces lo supo con certeza, con su pequeña casita de adobe, siempre con comida en su mesa, rodeada de su familia, lo tenía todo.
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Capítulo triple, nomás porque si jajajan'tSolo faltaría el último...lxs espero cuando me recupere de las fiestas jsjs
Luego me da penita publicar anuncios, así que de una vez, feliz año nuevo gente bonita, lxs quiero mucho y les deseo lo mejor para sus vidas❤️
-D.K.
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Llorona (KatsuDeku)
FanfictionDicen que en la guerra y en el amor todo se vale, ellos habían escapado de la guerra, y se amaban, por eso fue válido hacer todo lo necesario para sobrevivir. Aquella era una época complicada, de arraigadas tradiciones. Ellos eran dos hombres que se...