1. El hechizo

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Mariuco estaba teniendo una estupenda noche de celebración por su cumpleaños, acompañado de sus amigos más cercanos y dando vueltas por la discoteca en busca de alguna chica para aquella noche. Estaba más que seguro de que alguna caería, y todo gracias a su increíble físico y su labia incomparable. En verdad, estaba buenísimo.

Eran ya las tres de la mañana, y los amigos de Mario, viéndolo hasta las cejas de alcohol, le pusieron una peluca de sedoso pelo rosa chillón sobre la cabeza que desprendía destellos cada vez que las luces de la discoteca caían sobre él. Todo era música, baile, tías simples y tías buenas, hasta que, por un segundo, el mundo se detuvo.

Y es que ahí, en medio de la pista de baile, estaba él: Francisco. Con su cabeza ovalada y sus ojillos oscuros, su expresión ausente era inconfundible. No importaba cuántas copas y chupitos pudiera llevar Mariuco encima, porque él sería capaz de distinguir a aquel chico en cualquier circunstancia.

Mario soñaba desde hacía tiempo con que Fran le dedicara una mirada, un roce, unas palabras; por mucho que tratara de pensar en otra cosa, su mente no parecía capaz de alejar aquellos pensamientos. Pero Mario sabía que aquello era imposible; no importaba lo masculina que fuera su voz de fuckboy ni lo bueno que estuviera, porque Fran, que parecía un hombre tan especial, nunca se fijaría en él. Fran no era una puta simple inferior como lo eran las chicas que conocía. No; Fran era alguien especial, alguien extrañamente atractivo. No había nadie como él. Era inalcanzable.

Sin embargo, los pensamientos de Mariuco se vieron interrumpidos cuando, de pronto, vio cómo la mirada inexpresiva de Fran atravesaba la multitud para encontrarse con la mirada de Mario. En sus ojillos negros de expresión vacía, Mariuco pudo distinguir un destello de deseo, y su corazón, inmediatamente, se aceleró.

Mario, aún borracho como una cuba, sabía que era el efecto de su despampanante peluca rosa chillón, que realzaba su cuello de toro y su masculino rostro. A pesar de todo, no le importaba nada; la atención de Fran estaba sobre él y solamente él. Era todo lo que le importaba en ese momento.

Decidió no dudar de sí mismo; al fin y al cabo, era el hombre más sexy y buenorro que conocía, y era irresistible. Tal vez, con ayuda de aquella peluca, Fran ya no fuera para él tan inalcanzable. Adoptando su expresión más sexy, Mariuco se hizo espacio entre todos los tíos y las zorras, dirigiéndose hacia Francisco.

Para su deleite, Francisco, con aquella encantadora sonrisa de niño de comunión, también avanzó hacia él.

—Hola, guapo —saludó Mario por encima de la música—. ¿Eres de los apartamentos?

—Sí, sí lo soy —contestó Fran, y su sonrisilla de niño de nueve años se ensanchó. Mariuco sonrió también, hipnotizado—. ¿Cómo lo has sabido?

—Te vi en la barra —explicó Mario rápidamente. Fran no lo había reconocido, y así estaba mejor; si supiera su verdadera identidad, entonces aquello no estaría sucediendo—. Soy... soy Marta.

En ese momento, comenzó a sonar Búscate otro, y la euforia invadió a Mariuco al momento. Era la canción. Su canción. Y estaba sonando mientras hablaba con Fran, el único, simple e incomparable Francisco. No pudo evitarlo; el espíritu del baile se apoderó de su cuerpo y comenzó la coreografía.

Lo tenía cazado; el rostro de Fran tenía la expresión más hipnotizada y empanada que nunca, siguiendo con su mirada cada gesto que Marta realizaba. Aquella tía buena, alta y fuerte lo miraba de forma seductora, dispuesta a dominarlo en cualquier momento.

Mariuco sonrió, teniendo a Fran embobado con sus inigualables y sensuales movimientos. A pesar del volumen de la música por las nubes, la oscuridad de la discoteca y la gran masa de gente a su alrededor, no había nada que pudiera apartar la atención del uno del otro, y sin poder evitar el deseo que recorría su cuerpo buenorro, Mariuco tomó a Francisco del redondo rostro con firmeza y lo besó.

Mario esperaba que, ante aquella brusquedad, Francisco lo apartara y huyera de él, como haría si supiera su verdadera identidad y como seguramente haría con cualquier mujer, pero no lo hizo. Fran le siguió el beso, y eso no hizo más que aumentar el ego y el deseo de Mariuco. Era un beso ardiente, demandante, y, por supuesto, posesivo. Sus respiraciones se aceleraban, y Mario sentía cómo Francisco se derretía entre sus brazos, más aún cuando presionó su cuerpo contra el suyo.

Mariuco no supo si pasaron minutos u horas; lo único que sabía es que besar a Francisco metiéndole la lengua hasta la campanilla no iba a ser suficiente. Necesitaba más, mucho más; necesitaba todo de él.

En contra de sus masculinos y posesivos deseos carnales, Mariuco se separó levemente de Francisco y observó su redondo y embobado rostro, rojo como un tomate y con la mirada aturdida. Mario se colocó un mechón de la chillona y rosada peluca detrás de la oreja y esbozó su sexy sonrisa ladeada de dientes perfectos, mientras sus musculosos brazos rodeaban a Fran, indicando que era solamente suyo.

—¿Por qué no me llevas a tu aparta, guapo?

Los ojos de Fran parecieron enfocar adecuadamente por primera vez en mucho tiempo, y con la boca semiabierta, esbozó aquella estúpida y ausente sonrisa que había dejado prendado a Mario desde el primer día que lo vio. Cuando Francisco asintió con la cabeza, Mariuco volvió a besarlo, sin caber en su emoción, y juntos salieron de la discoteca al frío de la calle, rápidamente dirigiéndose a los apartamentos

Nadie como tú (Marisco)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora