Capítulo 2

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Gato se sentía maravilloso. Había pasado la noche soñando con su amor, agradeciéndole a sus propios encantos por haberlo ayudado a reconquistarla y al cielo por hacer que no fuera tan cabeza dura.

Había soñado que Perrito no estaba en el barco y Kitty era exclusivamente suya.

Estar tan cerca de la gata blanqinegra había hecho que recordara las noches de pasión que compartieron en el tiempo que fueron pareja.

El olor gatuno que embriagaba el cuarto (había ignorado el de Perrito) hacia que fuera más fácil creer que unieran dedicado la noche a amarse. Ronroneó encantado por esa posibilidad.

Sin embargo, cuando perezosamente abrió los ojos, solo vió a Perrito que lo observaba atentamente.

-¿Donde esta Kitty?- fue lo primero que dijo.

-Ya subido a comprobar que no nos vayamos a chocar con nada, y me ha encargado que te cuide hasta que te despertáras.

-Ah, de acuerdo. Tú...sube a decirle que ya estoy despierto, mientras tanto me arreglo.

-¿Por qué?

-¿Por qué avisarle? Bueno, si te encargó que me cuidaras es que está muy interesada en mí.

-No- dijo Perrito- me refiero a porque te arreglas. Yo nunca ago eso y me siento muy bien. ¿Por qué tú y Kitty si lo hacen?

-Es una cuestión de dignidad- afirmó Gato- ella es una ladrona muy reconocida y yo el Gato con Botas, una leyenda. Debemos estar bien presentados siempre. Además de que hace unos años me llamo señor Botas Sucias y no quiero que tenga la razón.

Perrito se rió.

-Entonces ve, yo le avisaré a Kitty. No sería bueno que nos insultemos los unos a los otros.

Se fue y Gato meneó la cabeza, ¿De verdad no sé había dado cuenta que a él lo habían insultado desde que lo conocieron? Pero así era Perrito, y era imposible no quererlo con el tiempo.

Tal como le había dicho a Perrito, tenía un alto concepto de dignidad, y se acicaló con esmero. Recordó con una sonrisa pícara la época en que él y Kitty se acicalaban el uno al otro.

Luego se puso el cinturón, las botas y por último el sombrero. Como se pasarían todo el día en el barco (su destino estaba lejos) no necesitaba ponerse la capa.

Mientras subía por la escalera se puso a pensar en Kitty. La extrañaba bastante físicamente. A pesar de que nunca lo admitiría, ninguna de sus parejas la había igualado.

Si embargo, no podía avanzar tan rápido en ese campo, por muy hermosa y sensual que fuera Kitty. Quería demostrarle que la amaba por lo que era, no por su impresionante físico. La vez anterior no había esperado casi nada, después de aquel baile en el bar de gatos la había tomado inmediatamente. Las cosas debían cambiar.

Entre reflexión y reflexión llegó a la cubierta y vió a su gatita favorita explicándole pacientemente a Perrito los puntos cardinales.

Por un momento estuvo indeciso entre revelar su relación a Perrito o no. Pero al cuerno, pensó, él era el Gato con Botas y Kitty no era ninguna tímida doncella.

Pensando en tímidas doncellas, recordó a una blanca con ojos azules, pero sacudió la cabeza y se concentró en la bicolor.

Con el aspecto más seguro que pudo fingir, cruzó la cubierta y se acercó a Kitty para darle un dulce beso en los labios.

La gata primero abrió mucho los ojos, pero luego los cerró y se dejó llevar. Gato se apartó pronto, sin saber como reaccionaria, ya que su compañero can estaba en frente.

Pero ella solo sonrió.

-Buenas días, Gato. Al parecer tenías sueño hoy. Dormiste como un bebito.

-Por supuesto que no. Pero si quiero ser fuerte como un toro debo dormir apropiadamente de vez en cuando.

La gata ojiazul hizo un gesto irónico.

-Si tanto piensas en tu falsa fuerza- se burló- deberías ir a comer. Y de paso, traer algo para nosotros.

Gato pensó en quejarse, pero quería ser más considerado con Kitty que antes, así que no protestó.

-Si la orden, mi señora.

-Mi capitana- corrigió ella con una sonrisa.

-Ni lo sueñes- hasta allí no podría llegar.

-Yo si lo diré, mi capitana- afirmó Perrito- y acompañaré a Gato a buscar el desayuno.

- Ese es el tipo de tripulantes que deseo tener- dijo la blanquinegra adentrándose en el papel- por su rebeldía, naranja será el cocinero.

Gato bufó ante el apodo y su tarea pero le guiñó el ojo a Kitty.

-Cumpliré con mi deber, mi capitana, pero solo por hoy. Ya sabes que tengo un sazón exquisito. Vamos, Perrito.

La ojiazul le regaló una sonrisa a ambos y siguió mirando al cielo.

Apenas ella no los pudo ver, Perrito empezó a saltar de alegría.

-!Lo sabía, lo sabía, lo sabía!- repetía emocionado.

-¿Sabias que?- preguntó Gato, ya suponiendo la respuesta.

-Lo tuyo con Kitty, por supuesto. Cuando me contaste que la habías dejado plantada en el altar no solo te sentías culpable, sino estupido. Y después de que el lobo raro te dejara en paz dijiste que lo único que deseabas de verdad era una vida con ella. No soy un perro tonto, ¿Verdad?- respondió alegremente.

Gato le acarició la cabeza.

-No se mucho de perros, pero eres el más inteligente que conozco.

El del suéter movió la cola feliz.

-Gracias, Gato.

-Solo dije la verdad, Perrito.

Llegaron a la cocina, pero no había nada de comida.

-! Entonces como era que el gobernador estaba tan gordo!- se sorprendió el anaranjado.

-Parece ser el tipo de humano que no hace nada de ejercicio- apuntó el can.

-Bueno, eso no importa- declaró- nuestro problema es que estamos en un barco en un mar espantosamente salado y con peces muy complicados de pescar (había estado por horas con una caña de pescar sin que nada mordiera el anzuelo hasta que Kitty le dijo que parecía estupido).

-Pero tú y Kitty habían traído provisiones- trató de ayudar el otro.

-Solo nos queda agua, y ni siquiera un litro. No tenemos comida y estamos a dos días de la costa más cercana- no exageraba en nada.

-¿Entonces que haremos?- preguntó Perrito.

-Debemos hablar con Kitty y juntos arreglaremos ésto.

-De acuerdo, pero...espera, hay un cierto olor a... salchichas.

-Es tu nariz, Perrito, que trata de engañarte. La mia hace lo mismo.

-Viene de allí- el can señaló la única puerta de la cocina, que ambos habían pasado por alto.

Gato corrió los tres metros que lo separaban de la puerta (la cocina, para ser de un barco era enorme) y la abrió de un puntapié. Inmediatamente lo embargaron los aromas de un montón de alimentos.

Aquella era la alacena del barco, eso explicaba que en la cocina no hubiera nada de comida.

-Bueno- le dijo a Perrito- preparemos esas salchichas y llevemolas a la cubierta. La capitana debe estar impaciente. Y ni una palabra de esto a alguien ¿De acuerdo?

El Gato con Botas: La última vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora