Cuchara.

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Otra de esas lecciones aburridas. Odiaba todas y cada una de las cucharas diferentes que tenía que usar según la "situación". Para ella una sopa, era una sopa, sin importar si era cremosa o líquida, grasosa o suave, o verde o roja. Sopa era sopa, y se comía con cuchara. Además, su cabeza tenía mejores cosas que guardar en lugar de usos correctos de 1000 tipos "diferentes" de cubiertos. Ahora los odiaba.

Había pasado 2 meses desde que había comenzado su martirio dentro de ese lugar, y a pesar de las lecciones diarias de modales y cubiertos, no conseguía aprender ni un poco de la vida que debía fingir.

En verdad se esforzaba, o al menos eso intentaba. Aunque si lo pensaba bien, muchas veces no ponía atención real y solo pensaba en la picazón que sentía en la costilla, en que no podía respirar, o en que le dolía la pata. Tal vez si la dejaran usar ropa más cómoda, podría dejar de pensar en lo incómoda que se sentía cada uno de los segundos del día con esos vestidos pomposos, zapatillas altas y corses incómodos, y poner su completa atención en aprender.

Los últimos días había considerado seriamente romperse una mano y usarlo como pretexto para no tomar esas clases aburridas, además, con algo de suerte, le darían un descanso de la ropa molesta. Aunque no le parecía una buena idea después de pensarlo detenidamente. Seguramente la pondrían a caminar con esos tacones kilómetros y kilómetros solo para que aprovechara el tiempo, así que, al poco tiempo decidió que era un riesgo que no iba a correr.

- Y de nueva cuenta, habéis hecho todo mal ¿Qué es lo que pasa contigo Francisca?

- Esto no es lo mío.

Dijo la joven castaña mientras ponía sobre la mesa la cuchara que, honestamente, había tomado al azar para responder a la pregunta de la joven mujer frente a ella, era una de las mujeres que le ayudaban a la anciana a vigilar los avances de las estudiantes, ella parecía verdaderamente sorprendida de que la aprendiz no hubiese acertado 1 sola respuesta de 20 preguntas.

- Ya, pero es que no es secreto que Francisca apesta en todo, tía, a lo mejor deberían enseñarle a trabajar en la tierra, que eso del pincho sí se le da bien.

Una de las jóvenes con la que, Valentina ya tenía pleito casado, dijo burlonamente. Mientras ambas jóvenes pelinegras se burlaban de su comentario. Era cierto que no podía aprender las diferencias entre algunas cucharas, pero una cuchara era una chuchara, y por lo tanto, un arma.

Tomó la cuchara y puso la parte más delgada de esta entre sus dedos índice y medio, para luego comenzar a tirar de la parte más ancha hacía atrás. Apuntó con ella al rostro de la ojiverde, y una vez estuvo segura de que no fallaría, soltó la parte superior. Ello provocó que la cuchara saliera volando en dirección a la cobriza, quien recibió un certero golpe en el puente de la nariz.

Valentina sonrió triunfante.

- ¡Eres una casta corriente!

Dijo la joven con el rostro rojo de furia. Valentina se encogió de hombros.

- Lo soy, y por eso ya deberías saber que no debes meterte conmigo.

La chica hizo un gesto con su uña en su frente. Y la castaña frunció aún más su ceño. Quiso lanzarse contra ella, pero un extraño líquido bajando por su nariz la detuvo de inmediato. Era sangre. Un par de gotas escurrieron sobre el piso antes de que ella diera un grito, horrorizada por el hecho de que de nueva cuenta, esa casta tuviera que ver con que sangrara.

- ¡Es por eso que no podemos dadnos el lujo tener a alguien tan corriente como ella junto a nosotras! ¡Tienen que sacarla!

La mujer a cargo de la prueba se levantó de inmediato para socorrer a la joven de ojos verdes.

Hilo de Sangre. Primera Lección.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora